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jueves, 24 de marzo de 2016

NESALEM VIAJA POR CERCANÍAS

 
Cogí el coche y cuando me di cuenta ya estaba en Colunga. Había pasado el concejo de Villaviciosa sin darme cuenta. Una autopista gruyere llena de túneles. En tiempos que trabajaba enseñando en un instituto de Llanes, cuando iba a Gijón lo hacía por la carretera costera llena de curvas y curvas y más curvas. Había una curva de casi 360º al bajar de la Venta el Probe y al poco de llegar al cruce de Rodiles. ¡Qué curva! Todavía alguna vez que estoy nostálgico tomo esta ruta desde Llanes hasta Gijón escuchando a Pynk Floyd o a los Moody Blues. Acostumbraba también a escuchar a Enya. Una amiga me había introducido en la música de Enya y ya no hubo manera de soltarla de la mente. Enya iba a las profundidades nostálgicas de un inconsciente mítico-celta. Fue una época en la que corría casi dos horas por las montañas de Llanes o por la noche por la pequeña playa de Toró ida y vuelta e ida y vuelta. Una vez corría bajo la luz de la luna llena y me parecía estar en un paraje de ensueño, pero hay veces que cuando estas cosas suceden lo mejor es vivirlo tal como viene sin tratar de retenerlo y sin tratar de pararte para meditar sobre la luna llena y el paisaje espectral. Nunca conviene pararse demasiado. Siempre estamos de camino.
Pues esa mañana me decidí parar en Colunga y pasear por el pueblo. Colunga tiene la cualidad de ser un pueblo aburrido y con poca sustancia, pero a mi me gusta parar en él y recrearme a mi manera paso a paso. Luego tomo un café o entro a la iglesia si está abierta a sentir un poco de trascendencia. Alguna vez paro en Villaviciosa y tomo un café y paseo por la parte antigua y hay algo en este pueblo que me obliga también a evocar historia. Vieja historia de un pueblo provinciano con solera, con
vida, con una esencia agradable. Forma parte de la letra de una canción de excursiones e infancia. La última vez estuve visitando a mi amigo masón V.G. que vive allí y tomamos un café con buena conversación y un pincho de tortilla. Suerte que no hablamos de política.
También suelo parar en Caravia y bajar hasta el arenal de Morí a meditar sobre la vida y la muerte y el más allá de la muerte o el más acá del nacimiento. ¿Quién puede dejar pasar Ribadesella? Yo no. Mis paseos por la playa y por el muelle y por todas sus calles son históricos o deberían de figurar en algún archivo histórico. Y en verano playa y buen llantar en alguna sidrería.
La autopista del Gruyere.