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miércoles, 28 de enero de 2015

TONY (EN RECUERDO DE UN PERRO BUENO)

Lo escribo un poco así sobre la marcha porque creo que debo algo a aquel perro. Ya sé que escribir sobre un perro suele sonar a algo tópico, pero Tony era uno de esos perros sin raza específica que había nacido para ser bueno y noble. Veréis. Me da mucha pena empezar, pero tengo que hacerlo.
Cuando hacía la mili en operaciones especiales en aquel pequeño cuartel de una ciudad cualquiera, Tony siempre estaba allí. Tony siempre estaba allí desde el primer día que llegué. Él vivía más en torno a los pequeños bajos en el lado derecho del edificio cuartel una vez pasadas las canchas de baloncesto. Eran los bajos de intendencia y allí debía de trabajar su dueño o quien le daba de comer, pues Tony cuando no estaba con nosotros los soldados, siempre se dirigía allí y allí tenía su espacio donde dormía o se refugiaba por la noche. Es espacio era como un ventano a ras de suelo y dentro ya no sé qué era lo que había.
El caso es que Tony era el perro de los soldados de la GOSE y siempre que llegábamos de marcha él se ponía contento y se acercaba a nosotros como si comprendiera lo fatigados que estábamos. Al llegar el rompan filas siempre le caía una acaricia o un agasajo por nuestra parte además de un cacho de bocadillo no acabado. Todos los días cuando desfilábamos haciendo instrucción bajo la música militar de los altavoces Tony nos seguía a distancia observando nuestros pasos sincronizados y nuestros cuerpos disciplinados bajo las órdenes de cabos primeros y sargentos. Cuando había que hacer la pista de obstáculos allí estaba Tony mirando con los ojos de bueno. A veces se sentaba sin quitar la vista encima. Él quizás no supiera que yo lo estaba también observando y pensando cuáles serían las imágenes que aquel buen animal estaba recibiendo de nosotros; y, lo más difícil aun era saber lo que sentía hacia nosotros. En tiempo libre, después de comer, yo y algunos amigos lo acariciábamos, le cogíamos las orejas caídas y él se quedaba allí con nosotros muy agradecido. Tony era nuestro perro y además era un perro bueno y un gran amigo.
A veces me ponía a leer cerca de la piscina y Tony aparecía en silencio y se colocaba a mi lado. Él y yo con el tiempo habíamos aprendido a decirnos cosas con el pensamiento y con los gestos. Yo leía y él se quedaba allí acurrucado a mi lado para lo que fuera necesario. Tony era un perro que jamás molestaba, jamás se entrometía en nada que pudiera entorpecer ninguna actividad, ni se metía donde no había que meterse ni por asomo. Tony era el perro de la compañía y punto.
Pero un día faltó el dueño o la persona de intendencia que le daba de comer. Quizás era que se jubilaba o había muerto o enfermado, de eso ya no me acuerdo. Nunca supe quien era, pues intendencia era otro mundo para nosotros y eran gente ya mayor. El caso es que Tony se quedaba huérfano de cuidado oficial y reconocido en aquel cuartel y a ojos de los mandos el perro sobraba en las dependencias militares. Simplemente había que deshacerse de él. Tengo que seguir escribiendo y desahogarme. Aun después de tantos años la escena sigue ahí clavada en el alma como prueba y señal de lo pérfido que puede ser el mundo. Sé positivamente que para muchos compañeros míos aquello no fue más que una escena cruel, pero una escena que luego se olvidaría como se olvidan tantas cosas en esta vida. Yo creí también olvidar, pero la verdad es que nunca pude olvidar a Tony y sus últimos minutos de aquella horripilante ejecución.

Estábamos desfilando aquella mañana de primavera, como siempre hacíamos la compañía, cuando de repente vemos a uno de los suboficiales llevar a Tony con una cuerda al cuello. Tony iba muy
desconfiado, pues jamás nadie le había puesto una cuerda así al cuello y menos con aquella rudeza. Seguíamos dando la vuelta al edificio a paso música e instrucción y al volver a ver la pista de entrenamiento he aquí que vemos a Tony colgado de la barra más alta del último peldaño de la escalera de salto. Aquello ya resultaba doloroso en grado sumo, pero había que seguir desfilando y dar otra y otra vuelta al edificio. En la posterior vuelta la escena era aun peor: como Tony no quería morir y luchaba por su pobre y triste vida, entonces el suboficial se subió al peldaño y desde allí sentado y haciendo presión con los pies al cuerpo convulsionado del perro, hizo por fin morir a Tony que quedó definitivamente muerto ante la vista de todos sus amigos que nada podíamos hacer por él. Más tarde el mismo suboficial lo llevó a un pequeño solar de tierra suelta dentro de las mismas dependencias y allí lo enterró.
Siempre me acuerdo de Tony. Ha pasado mucho tiempo, pero Tony siempre ha tenido un lugar en mis recuerdos. Un día tendré que contárselo a alguien para que no sea sólo un doloroso recuerdo aislado de mili y también para que Tony sea reconocido algún día como un perro bueno, noble, amigo de todos e inocente que murió porque simplemente fue declarado un estorbo. Un estorbo. Un maldito estorbo.

lunes, 5 de enero de 2015

EL PERGAMINO QUE POSEÍA LA ESTRUCTURA DEL UNIVERSO

El sacerdote Fotokarpio poseía las claves matemáticas del universo; el plano de toda la estructura universal encodificada en complicadísimas fórmulas matemáticas. Los grandes sabios sacerdotes y filósofos del país de Undratatón habían conseguido, después de siglos de paciencia y elaboradas abstracciones; llegar al territorio común del conocimiento sin fisura alguna, sin arruga alguna, sin oscuridad o sombra;
eliminados así mismo todos los impertinentes nudos de las contradicciones; y entonces ahí estaba, en una urna de cristal, el pergamino que contenía todo el código del universo, con sus secretos ya desvelados; su eternidad atrapada en la quietud de una transparencia absoluta. Tal perfección significaba así mismo el poder absoluto sobre la realidad del cosmos, por eso el problema que surgía era el cómo y el momento de poder usar tal conocimiento sagrado o si nunca jamás de los jamases tal conocimiento debiera de ser usado alguna vez.
Otro sacerdote, el honorable Gormandises, se le ocurrió decir que jamás había posibilidad de que los grandes sabios y sacerdotes filósofos del país  habrían podido llegar a esa perfección de abstracción imperturbable, siendo ellos humanos y en alguna medida propensos también a alguna leve o levísima afectación de carácter, prejuicio vanidoso, o desequilibrio egoísta que haya marcado un desvío muy mínimamente interesado. De ser así, decía el orondo Gormandises, entonces lo que tenemos en la cripta tendría que ser siempre ya una aproximación a la perfección y en qué grado sería imposible de saberlo. Con lo cual Gormandises, aguó la fiesta del gran sacerdote Fotokarpio.
Es más, decía Gormadrises con toda ingenuidad de glotón empedernido, Quién podía usar ese conocimiento si no sólo los seres humanos no contaminados por ningún prejuicio, poseedores de un equilibrio mental perfecto, de un sentido de justicia jamás cuestionado; de una salud no castigada por enfermedad alguna que haya podido crear interferencias de ánimo capaces de contaminar el conocimiento perfecto. Gente que puedan demostrar no estar movidos por ningún interés personal, por ninguna ambición, por ningún sentido de amor a su patria o lealtad a algún dios; menos por alguna infatuación con alguna mujer o hombre; sensibilidades estéticas que puedan imponer afectos o emociones. Aghh! Imposible de encontrar tal persona en el reino ni en territorio alguno. Sólo algún dios puro podría entender y descodificar el conocimiento perfecto.
¿De qué nos serviría, de todas maneras tal conocimiento perfectamente absoluto, si no podemos usarlo a nuestra sabia y docta y equilibrada y justa conveniencia oh Gran Sacerdote? ¿Usted me entiende verdad? Alguien ha de abrir la urna en algún
momento y utilizar los códigos en beneficio de algo; y, nadie mejor que nosotros podríamos utilizar tal conocimiento con tanto sentido de la justicia y el equilibrio. Nos habríamos de adelantar al ambicioso emperador Klomástines quien quizá sepa ya de la urna acristalada; nos habríamos de adelantar a nuestros enemigos declarados, los Gromatok, quienes podrían apoderarse de la urna y de los códigos para su exclusivo uso. En definitiva, mis queridos cofrades, de nada nos sirve un conocimiento perfecto, si no podemos ni estar seguros de que así lo sea y si llegamos a utilizarlo nunca será tal conocimiento ya perfecto, sino a conveniencia de otra cosa. Asumamos que ese pergamino ya es en sí una infinita aproximación a cualquier absoluta perfección y así podemos hacer uso de él sin ningún rencor y a favor de nuestros santos y sagrados intereses.

Todos quedaron en silencio. Nadie supo que decir. Gormadrises aprovechó el silencio y la indecisión para meter la mano en la bandeja de los pasteles de Salmetakos y se lo llevó a su impenitente bocaza.