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martes, 25 de noviembre de 2014

CUERPOS ANIMALES

Ursiktal salía de casa y caminaba por una inmensa planicie de azulejillos obsesivamente cuadriculados por hendiduras más oscuras que hacían de divisorias. Sus pies embutidos en esos aparatos de transporte hechos de piel animal iban recorriendo tal dura superficie en sincronía con un sentimiento de prolongada indiferencia y el color gris de la planicie urbana. Se sabía animal. Bajo sus ropas, bajo esas telas; vivía el animal cubierto. Un cuerpo delimitado por la piel y por las ropas,

pero un cuerpo más en consonancia con los perros que veía atados a sus dueños también animales. Cuando miraba a los perros sentía una pena hacia ellos. Se comportaban como cuerpos torpes y dóciles que se sabían dominados. Cuerpos.
¿Qué es un cuerpo? Se quedó parado por un momento. De repente el color gris y la indiferencia se iban transformando en partículas dentro de una misteriosa infinitud; quizás una inabarcable infinitud que lo absorbía y lo hacía partícipe de una extraña expansión. Sus pensamientos se pararon y su cuerpo dejó entrar un algo como si fuese una corriente de suave energía. Había traspasado el umbral de lo cotidiano para habitar su mundo, su realidad, su maravilloso universo. Las ventanas de los edificios daban a viviendas de cuerpos inocentes que buscaban ser reconocidos, acariciados, abrazados. Cuerpos que deseaban bailar al son de una música que venía de las lejanas montañas o quizás del cielo, más allá, siempre más allá, de las estrellas. Cuerpos que pronto se enfriaban y se aislaban y se refugiaban en los rincones replegados de sus edificios de hormigón y ladrillo.
Y vio los ojos de la mujer. Otra vez los ojos de aquella mujer cuya mirada lograba traspasarlo. Una mirada con el poder de penetrar un cuerpo tan opaco como el suyo allí dentro de sus ropas de invierno y con los pies metidos entre piel de animal para pisar superficies grises de azulejillos. Una mirada que convertía su paseo en una peregrinación mágica sin más destino que continuar caminando sabiendo que los dioses también habitan cuerpos de animal humano y nos miran ocasionalmente para reclamarnos a sus cielos y a sus infiernos.