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lunes, 3 de febrero de 2014

ESTE EXTRAÑO MUNDO

Abrí la puerta de casa y me enfrenté a las escaleras metálicas exteriores que subían a los primeros pisos de aquel bloque de cuatro apartamentos. Subiendo las escaleras se podía
llegar al apartamento de Ken y su china Nyo-Lu. Ken era un pedazo de hombre de 1, 90 m y su mujer era pequeñita y redondita. Ken era hijo de un granjero de Montana de origen sueco y ella era hija de unos comerciantes de Hong-Kong. Ken estaba haciendo su doctorado en ingeniería química y ella en biblioteconomía. Años más tarde ellos se irían a vivir a Washington y nosotros también acabamos en Washington por circunstancias de la vida. La última vez que estuvimos con ellos fue en el año 1997. Llegamos en avión al Dulles International Airport desde Madrid. Nyo-Lu nos esperaba en la sala de llegadas. Pronto alquilamos un coche y seguimos el coche de Nyo hasta llegar a su casa adosada de Fairfax. Allí estaban su hija Elsa la mayor y la pequeña Ruth. Jim había hecho la cena. La casa estaba llena de adornos variados, entre ellos pequeñas figurillas de porcelana sobre mil motivos.

En el CD sonaba un blues y Ken me ofreció una cerveza. Vimos un mapa de China adosado a la pared con algunas zonas marcadas con rotuladores. En algún momento de la comida pregunté qué eran aquellas zonas marcadas en el mapa. Nyo me respondió que eran zonas de misiones católicas. Quizás fue ahí cuando nos explicaron la conversión de Ken al catolicismo. Nyo-Lu ya era fuertemente católica cuando conoció a Ken; de hecho se había educado en un colegio de monjas de Hong-Kong. Ken era más bien agnóstico aunque de niño había sido educado en la iglesia luterana. Recuerdo años atrás cómo Ken, mientras
tomábamos cerveza en su apartamento de Springfield, se mostraba indiferente a las muestras de religiosidad de su mujer. A veces bromeaba con la fe religiosa en general y se lo pasaba bien con los escándalos de los tele-evangelistas Jimmy Baker y Jimmy Swaggart. Pero esta vez ya no era así: Ken se declaraba abiertamente católico y su sentir religioso era profundamente serio. Todo había sucedido de la siguiente manera:

Dos o tres años atrás habían hecho una visita a Miami y en una zona de Miami había un edificio de banco cuya fachada estaba cubierta de cristal oscuro. En algunos momentos del día se podía ver reflejada una cara que mucha gente creía era la cara de Jesús y por tanto aquella fachada de banco se había convertido en un sitio de peregrinación. Ken y Nyo-Lu fueron a ver dicho sitio y algo fuerte tuvo que pasar para que a partir de ese momento Ken se hiciera un católico ferviente y sincero. Experimentó una epifanía y posterior conversión. Así nos lo explicaban mientras cenábamos y el mapa de China dejaba ver sus zonas misioneras católicas.

EL PARAISO PERDIDO

Despiertas. Ves la habitación todavía bajo los efectos del último sueño que has tenido. Por unos instantes la realidad se percibe como cuando uno era niño. La luz del sol entra a raudales por la cristalera y hace que todos los objetos aparezcan con intensa alegría. Miró hacia fuera y veo los árboles en su misma frescura e
inocencia. Las ardillas saltan de un lado a otro. Una de ellas se para y mira hacia donde estoy. ¿Qué verá esa ardilla? ¿Cómo me verá esa ardilla? El cielo está azul. La hierba está todavía cubierta por el rocío. No tengo prisa para nada; y, por tanto me quedo sentado en el sofá relajado. Han sido momentos de pura inmanencia en la vida. Y cuando la vida se vive en esa pura inmanencia todo se ve como una fresca inocencia. Pero un simple darse cuenta de situación de excepcionalidad que se vive destruye la inmanencia y nos adentramos en el mundo de las preocupaciones. Tengo pendiente un trabajo para la clase de sociología. Hay que limpiar la casa. El coche tiene una avería que hay reparar. R. me recuerda que sus padres vienen a visitarnos el jueves. Me levanto del sofá y me doy cuenta que hay que ducharse y vestirse. Todas esas preocupaciones son también la inmediatez de la vida, pero con una diferencia: actuamos siendo conscientes de que actuamos. El reino de la inocencia y la nobleza desaparece para dar entrada al mundo que te obliga a vivir y a sentir lo que vives. La existencia es como una deuda permanente que has de ir pagando hasta la muerte. Nos está prohibido vivir en el paraíso de la pura inmanencia. Somos seres caídos que a veces, como pequeños fogonazos, vislumbramos la posibilidad de la inocencia y la nobleza.