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miércoles, 21 de marzo de 2012

SIEMPRE ESTAMOS SITUADOS EN UN INFINITO COMIENZO

Es curioso. Todo instante es ya un futuro. Y ese instante de siempre-futuro es siempre un nuevo comienzo. Todo lo anterior ha cambiado. Ya no existe. Ha dejado de tener realidad. Y el instante-futuro es un infinito comienzo: un siempre-infinito comienzo de nuestra vida. Nada de lo que ahora mismo miramos existe, solo existe ese infinito-comienzo en todo lo que vemos: la acera, la calle, las personas, tu conciencia, tu cuerpo, tus células, tus electrones, etc.. Aparentemente es lo mismo, pero ya todo ha cambiado de modo irreversible y en este instante ya estamos en un nuevo comienzo, un nuevo principio de todo. El pasado ha dejado de existir; ha quedado como una sensación en nuestra memoria, pero aun esa sensación ya no corresponde a ese pasado-en-sí. Es ya otra cosa vista desde el instante-futuro; y, por lo tanto en función de él en forma de progresión infinita.

Si te acucian los problemas del pasado o la preocupación de hace un instante, piensa que ya no existen y que tu estás ahora mismo en un absoluto nuevo comienzo en infinita progresión hacia un devenir-futuro. Todo instante de tu existencia es nuevo, es un nuevo comienzo.

lunes, 19 de marzo de 2012

HAY MUCHOS TERRITORIOS QUE ATRAVESAR

Hay muchos territorios que atravesar. Nos quedan muchos territorios que atravesar. Los hemos atravesado como indios comanches, como lobos; como conquistadores; como hierbas y matorrales; como mosquitos, plagas de mosquitos. Como nubes gigantes cargadas de tormentas y de fuerte lluvia. Como bisontes en estampida en dirección a la muerte. Hemos vuelto como serpientes de cascabel o como ratones y seguiremos apareciendo como humanos blancos, negros y amarillos.

Nos han visitado los espíritus de nuestros padres en el cañón de Ojo Caliente y allí hemos jugado todos con Conejo y nos hemos escondido entre las grietas y las cuevas, para luego bañarnos en el río de Aguas Frías. Los espíritus nos anunciaron que viven más allá de las montañas y que los pastos son buenos y que las praderas nunca se acaban. Luego se fueron y nosotros nos dejamos arrastrar por la corriente hasta el Rio Bravo hasta que comenzamos a pensar. Nos convertimos en tribus del pensamiento y fuimos acotando territorios. Algunos resbaladizos, otros secos y áridos; más allá los había pantanosos y húmedos.

Nos hicimos Grandes Palabras que querían vivir por su cuenta, y así nos propusimos conocer las fronteras del espíritu. Muchos decidieron fundar grandes ciudades, las rodearon de murallas y nos expulsaron a las estepas. Nos desprendimos de las Grandes Palabras porque eran muy pesadas y nos obligaban a quedar en un sitio para siempre. Nos hemos hecho cucarachas y ahora comemos los deshechos de nuestros hermanos de las ciudades, les acechamos en la oscuridad y arruinamos sus víveres. Las aves nos han avisado del peligro que corremos y nos han dicho que si formamos un gran pueblo de langostas podremos alimentarnos de las grandes cosechas de más allá del Gran Océano. Hemos habitado Egipto y nos convertimos en la séptima plaga; luego fuimos filisteos al mando del bandido hebreo llamado David y conseguimos muchos botines y nos casamos con las mujeres cananeas. Les hemos dado muchos hijos y ahora hemos de seguir.

Nos dirigimos en manadas de caballos hacia el norte, muy al norte, donde existen los desiertos blancos y silenciosos. Desde la Gran Montaña azul hemos visto que las Grandes Ciudades cubren cada vez más territorios y sus muros cada vez son más extensos. Las tribus del pensamiento y de las Crandes Palabras han logrado descubrir los secretos de los dioses; y ahora fabrican fuegos prohibidos. Los dioses les han condenado a vivir sin alma y ahora se arrastran siguiendo las figuras de humo que hacen los demonios de los Pantanos Amarillos. Las figuras de humo les engañan y les hacen creer que acabarán con sus ciudades en las estrellas, las grandes estrellas que viven en nuestros sueños. Pero quienes ya no pueden soñar jamás podrán alcanzar las estrellas, ni los mundos de los dioses, ni el paraíso de los espíritus de nuestros antepasados.

La Gran Montaña Azul ha empezado a vomitar fuego. Somos fuego y humo que se refugia en las nubes. Seremos lluvia y luego grandes bosques con grandes pájaros y animales. Seguiremos escapando. Tiene que haber un refugio más allá del desierto blanco de los grandes fríos, para después emprender nuestro salto a las estrellas.

miércoles, 7 de marzo de 2012

JOY QUIERE CREER EN DIOS

(continuación del anterior relato)
Salimos de la casa del oasis. Nos despedimos efusivamente. Vuelta a la carretera. Ya era de noche. Necesitábamos llegar a un motel en el pueblo más cercano que estaba a unas cuarenta millas. Pero teníamos los dos la sensación de estar viviendo en un extraño tiempo entre paréntesis donde podía suceder cualquier cosa inesperada. Como si de repente tomásemos otro plano de realidad bajo otras coordenadas y entonces todo quedaba barnizado de rareza. La rareza de un cielo estrellado inmerso en un silencio absoluto. La paz del silencio. La luz que rompe la oscuridad absoluta de forma triunfante y dramática al mismo tiempo. Somos conscientes del ruido del motor del coche y el rozamiento de los neumáticos sobre el asfalto y el haz de luz sobre la carretera. Somos conscientes de que todo ello podría ir disminuyendo en el tiempo hasta rozar la quietud absoluta. La absoluta quietud sin conexión alguna con el pasado o el futuro. Cristalizados. Paz absoluta. Pero pasa el tiempo y vemos al fondo las luces de un pueblo. Pronto hay una gasolinera. Paramos. Yo me bajo a echar gasolina.

Cuando vuelvo al coche Joy me cuenta su observación.

—Es extraño, Jack. Cuando te bajabas del coche tuve el presentimiento de que no eran solo mis ojos quienes te contemplaban echando gasolina. Yo te podía ver desde mi punto de vista, desde mi ángulo de vista; desde mi dimensión; pero hay infinitos puntos de vista y ángulos de vista y dimensiones desde donde se te hubiera podido ver también. Tiene que haber infinitos ojos o infinitas conciencias que nos estén contemplando desde sus respectivas dimensiones. Y a su vez esas infinitas conciencias también han de ser contemplados por otros ojos y todo en un ad infinitum de infinita extensión.

—¿Es esa la manera como me quieres explicar que Dios existe? Toda una progresión infinita de posibilidades conscientes. Extraño mundo el tuyo, Joy. Confórmate con haber visto a un tipo como yo echando gasolina. Esa es la cruda y simple experiencia. Todo lo demás son fantasías, juegos de la imaginación. Pero podría ser. Porqué no. La posibilidad de que así sea la podemos concebir. Pero hay tantas cosas absurdas que podemos concebir. Hay un motel a dos millas me ha dicho el empleado.

Vuelta a arrancar el coche, pero nos invade una profunda tristeza. Una sensación de que podríamos estar viviendo una locura sin sentido.

—Al Sr. Williams lo salvó su fe—, rompió el silencio Joy, —Creo que si no hubiera sido por la fe se hubiera suicidado. Había algo en él cuando contaba lo del accidente de sus hijos que delataba un haber llegado a tocar fondo en la vida. Ella sin embargo me parece una mujer fuerte y pragmática; de esas personas que encaran las cosas sin necesidad de pensar mucho en su sentido. Quizás habría que vivir así: encarando las cosas sin investigar aquello de lo que nunca tendremos garantía de descubrir. Vivir la vida como se nos presenta.

—Pues ya sabes. El motel está allí. Hay que reservar habitación, coger las mochilas. Pagar. Todo muy sencillo. Nada de complicaciones. ¿Por qué nos sobrevienen estas extrañas sensaciones? —En ese momento frené el coche y nos quedamos parados pensando.

 —Jack ¿sabes una cosa? Creer en Dios tiene que ser algo muy sencillo. Una especie de milagro que te acontece y lo aceptas. Una sensación de ser objeto de en una infinita mirada benevolente que en un momento dado te puede cristalizar en una paz infinita y absoluta. ¡Freeze! Creer en Dios ha de ser un absoluto de absoluta seguridad.

—Bueno. Bueno. Bueno. Joy. Vamos a recepción.

domingo, 4 de marzo de 2012

EL TRISTE ACCIDENTE DE RAYMOND Y DOLPH

Nos llamó la atención una foto grande encuadrada que estaba sujeta apoyada con un soporte en la estantería entre varios libros. Era la foto de dos muchachos todavía adolescentes en un campo de fútbol animando a su equipo. La foto se veía que era de hacía bastantes años; y los dos jóvenes vestían la camiseta del equipo llamado los Red Lions. Llevaban el pelo largo y la vida congelada en aquella foto parecía transportarnos a mejores tiempos; a tiempos de juventud que han quedado apresados en el recuerdo de años en que todos éramos mucho más jóvenes o quizás niños. Ocurre algo cuando miramos a fotos así sea en cualquier contexto o situación; el tiempo al que miramos es un tiempo que resucita una necesidad nostálgica y nos quedamos mirando como tratando de buscar una clave o una señal que nos ayude a salir del mismo tiempo y así trascenderlo en otra realidad, en otra cosa donde todo enmarcado en un mismo plano de superficies, de territorios, de espacios, y entonces ese tiempo de los dos muchachos sigue ahí pero en otro territorio alcanzable si logramos viajar hasta él.
—¿Quiénes son esos muchachos? —, pregunté al Sr. Williams que parecía un tanto absorto saboreando el café que había traído la Sra, con unas galletas.
—Ah, sí. Son nuestros hijos Raymond y Dolph. —, por un momento el Sr. Williams se quedó mirándolos como si fuese la primera vez; pero era evidente que posiblemente fuese una más de las miles de veces que se había quedado mirando la foto.
—Los dos murieron en un accidente de tráfico hace ya casi veinte años—, en ese momento su rostro una fuerte emoción le comprimió el rostro y se sintió con la respiración entrecortada. Fue su mujer la que nos amplió el comentario:
—Venían de una fiesta del High School y chocaron contra otro coche que venía de frente. Era de noche y la visibilidad era escasa debido a las fuertes lluvias que habían caído aquella semana. Y así perdimos a Ray y a Dolph.
—¡Oh! Lo sentimos de veras. Perdone por haber preguntado lo que no debíamos— Yo me sentía nervioso y Joy se retorcía las manos.

El Sr. Williams que ya parecía haber encontrado su equilibrio emocional nos explicó:
—Fueron momentos muy difíciles en nuestra vida. Creíamos que ya nada tenía sentido alguno. Que todo se hundía bajo nuestros pies. Se llevaban dos años y eran muy buenos estudiantes. Entonces vivíamos en Austin, Texas. Yo enseñaba astronomía en la Universidad de Texas y Liz era profesora en Kilmer Junior High. Vivíamos cerca del campus y éramos la familia más feliz del contorno. Lo digo con orgullo. Teníamos los roces típicos de adolescentes y adultos, pero nada más. Quizás esté idealizando, pero así me parecía en aquel momento y ahora. El golpe fue devastador, pero pudimos recuperarnos.
—El mayor consuelo vino de nuestra iglesia metodista—siguió habalndo Liz—. Toda la congregación se puso a nuestra disposición. El pastor Anderson y su mujer Irma tuvieron el acertado tacto para evitar que nuestra desesperación nos sumiera en una larga depresión; y, una larga depresión hubiese supuesto un abandono de nuestras vidas, trabajos; hubiera supuesto un aislamiento social y otras cosas peores. Fuimos enfocando nuestras vidas en un mayor compromiso con nuestra iglesia. Ted se dedicó más a su labor con los jóvenes; yo en la escuela dominical. Invertíamos nuestro tiempo libre en pensar actividades, salidas, trabajos de campo en los barrios pobres o las reservas indias de Nuevo México y Oklahoma. Ted también escribió un libro de texto de astronomía para los primeros años de college.
—Creatividad—volvió a retomar la palabra el Sr. Williams—logramos de algún modo transformar nuestro dolor en creatividad. Nuestra creencia en Dios y nuestra pertenencia a nuestra iglesia local fue muy importante ya que nuestras familias estaban dispersas por varios estados. Mi débil escepticismo también se transformó en una fe más firme y madura. Al final la tragedia nos cambió a los dos y en la dirección correcta. Logramos permanecer más unidos que nunca.

Joy y yo absorbíamos las palabras de aquel matrimonio ya mayor. Del nerviosismo inicial por nuestra parte al haber abierto aquella herida, fuimos pasando a un ambiente de conversación cordial inconscientes de que ya se iba haciendo de noche y habría que irse. La conversación fue variando hacia otros temas.
(En memoria de Laurel y Andy, hijos del profesor Laurel Murray fallecidos en triste accidente de tráfico en un lugar de Texas)