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sábado, 25 de febrero de 2012

EL OASIS INVITA A LA PLENA CONFIANZA

Joy salió del coche y se dirigió al rancho. Yo me quedé en el coche viendo el escenario. Además del estanque había zonas verdes muy bien regadas. Luego se podían ver árboles cítricos y plantaciones de aloe-vera. La casa era un chalet tipo colonial español de una sola planta cuya fachada estaba revestida de estuco blanco. La parte delantera de la casa comunicaba al exterior a través de grandes correderas de cristal que dejaban entrar de forma plena la luz al interior de la misma. Parecía un lugar agradable. Joy entonces se acercó a la cerca de tablas de madera ordenadas con un diseño cuidadoso. La cerca no llegaba a  alcanzar el metro de altura, lo cual denotaba cierta amabilidad o cierta señal de hospitalidad por parte de los habitantes de la casa. Tras de la cerca y bien visible, había una pequeña extensión de césped con ciertos toques de jardinería bien cuidada. Había flores de diferentes variedades y plantas un tanto exóticas para mi conocimiento. Por cierto, bien escaso. Alguien estaba mirando tras los cristales de las puertas correderas. Era la figura de una mujer de cierta edad que vestía unos pantalones blancos. Su figura se podía distinguir como una figura de exquisita delgadez. Abrió la puerta y salió decididamente al porche.
—Buenos días, —dijo en voz alta dirigiéndose a Joy.
—Buenos días, —respondió Joy tras de la cerca de madera. —Pasábamos por aquí y nos llamó la atención este lugar tan precioso en medio del desierto. Me llamo Joyce Rice y ese que está en el coche es mi marido Jack Turner.
—Oh, es un placer que se hayan fijado en este lugar. La verdad es que hemos tenido mucha suerte en poder vivir aquí. ¿Van lejos?
—Bueno, estamos viajando por sitios fuera de las rutas más normales. A mi marido y a mi nos gusta disfrutar de los sitios más alejados de la gente. Somos de Dallas.
— ¿Por qué no pasan a tomar un café con nosotros? Mi marido está dentro escuchando música. Es muy raro que venga gente hasta este lugar. Sean ustedes bienvenidos.

Aunque había podido escuchar toda la conversación Joy enseguida me llamó para anunciarme la amable invitación. La señora de la casa debió de intuir inmediatamente que éramos gente pacífica y sencilla. Salí rápidamente del coche, crucé la estrecha carretera y seguidamente me presenté a la señora. Esta abrió la portilla de entrada y fuimos caminando hacia la casa con cierta timidez. El sol comenzaba a calentar aunque el aire era todavía suave, incluso agradable. Pudimos escuchar el trino de unos pájaros cerca de unos naranjos cercanos. Cruzamos el porche y entramos en la casa. Un señor vestido con un chándal color verde claro nos recibió al instante con un apretón de manos. Llevaba una taza de café en la otra mano.
—Soy Ted Williams. Es un placer teneros en mi casa. Sentaros y decidme qué queréis tomar. ¿Café? ¿Un refresco? Sentaros. Sentaros.
Pedimos café y la señora desapareció rauda hacia la cocina. El salón estaba muy bien amueblado con muebles cómodos de un diseño moderno minimalista. Nos sentamos en un sofá mullido, pero lo justamente mullido para no caer en la extravagancia de ese mullido obsceno de tantos sofás pretenciosamente modernos, pero simplemente ordinarios en sus efectos estéticos sobre los cuerpos que los ocupan.
—Dallas os ha quedado un poco lejos. ¿Os gusta el desierto? —nos preguntó cordialmente el Sr. Williams.
—Sí. Mi marido y yo somos gente de desierto. Nos llama la soledad del desierto. La extensión, el aire puro, la transparencia de las formas…— Joy paró a tiempo. Se estaba dejando llevar por el entusiasmo que le producía al ser recibida por gente tan amable y abierta y en un lugar tan de ensueño. No era bueno expresar los sentimientos tan de buenas a primeras aún en un ambiente tan aparentemente amigable y distendido.
— El desierto tiene sus secretos—, continuó el Sr. Williams dando un sorbo de café—; uno de esos secretos es esa transparencia que consigue la luz del sol y el aire seco. También la aspereza de la tierra o la roca seca. Yo soy feliz en el desierto. No cambiaría este lugar por ningún otro.

En ese momento llegaba la Señora Williams con sus tazas de café sobre una bandeja.
—Aquí tenéis. Sentiros como en vuestra propia casa.
No cabía duda que eran buena gente. Aparentaban tener algo más de sesenta años y, a juzgar por sus gustos estéticos y una buena estantería repleta de libros, parecían gente con cierto grado de nivel cultural.

VISIÓN APOCALÍPTICA NO APTA PARA NORMALES

Trozo de papel encontrado cerca de una escalera que bajaba a un extraño sótano de un viejo edificio de mi húmeda, fría y lluviosa ciudad. 

Esta pura forma de percepción solo nos permite ver los misteriosos aspectos de la realidad, impidiendo el paso a las toscas percepciones de la embrutecida normalidad. Es el filtro mágico. No sabemos cuantos han entrado en esta mágica realidad, pero me temo que somos muy pocos. Las cosas viejas han pasado, he aquí todo es nuevo. Nos hemos citado todos en nuestra capilla secreta. Te esperamos a tí también.

viernes, 24 de febrero de 2012

JOY TENÍA UN MENSAJE QUE OFRECER AL DESIERTO

Joy me dijo que algunos cristianos llaman vivir en el Espíritu a la experiencia de la liberación del pecado.
—Cuando el pecado ya no domina tu vida, entonces empiezas a vivir en el Espíritu. Muchos creen—,seguía diciendo Joy mientras el coche se deslizaba por una solitaria carretera de desierto,—que vivir en el Espíritu es una vida de privaciones y restricciones morales mojigatas, pero no es así.
—¿Cómo es?— Esa era mi pregunta sincera que hacía mirando hacia el brillante cielo azul.
—Pues es un radical cambio de intereses. De repente te das cuenta que estás desvalorizando cosas que antes valorabas. Y, al revés, empiezas a valorar otras que antes ni te dabas cuenta que existían. En una palabra, al abandonar los antiguos valores vas descubriendo cosas nuevas que antes no veías ni vivías. Al abandonar el mundo del pecado, abandonas también su poder de percepción limitado a lo perecedero y finito.
—Es curioso—, dije yo,—eso no suena a cristiano. Suena más a Nueva Era o cosas de esas de la gente-chicle— Joy apretó un poco el acelerador, parecía que a lo lejos se veía algo así como la torreta del agua de un rancho. La carretera tenía buen piso y la visibilidad era estupenda.
—Pues sí, es cristiano. Cuando domina el pecado, domina la muerte. Si la muerte es tu horizonte en esta vida, todo lo que haces está condicionado por ese horizonte de muerte. Entonces la vida siempre lleva un transfondo de inevitable tristeza, de cierta angustia; de impotencia. Se vive con la idea de sobrevivir lo mejor posible y lo mejor posible se mide en función de seguridad económica, social, y cosas por el estilo. Pero ese gusanillo de la muerte está ahí para recordarte tu vida efímera, tu desgracia de vivir en un mundo tan complicado, tan difícil, tan cabrón.
—Sí, es cierto, aunque hay gente que siendo atea vive la vida con vitalidad y creatividad precisamente porque la vida son cuatro días y esos días hay que vivirlos lo más dignamente posible.
—No te creas eso. No es cierto. No hay ateo que no lleve un infierno personal en su interior. En el fondo hay un rechazo de la vida en esta tierra. Hay una disimulada venganza personal que se manifiesta en esa ansia de relativizarlo todo, de disolverlo todo; de matarlo todo con la cuchilla de la razón. Yo no me creo ese mito del ateo alegre que con la razón y la ciencia o su alocado Nietzsche, hacen de la vida un paraíso de luz. Es mentira, es mentira cochina. El ateismo produce la locura del relativismo y el relativismo produce el hastío, el aburrimiento. Cuando el mundo está ya dominado por el horizonte de la muerte todo se vuelve plano, desaparece todo misterio y todo se vuelve una insoportable tolerancia de intolerancia tolerante. Un asco de vida.
—¡Joy!, no te creía tan crítica con este mundo de total y absoluto camino a la democracia. Si te fijas bien parece que caminamos a una mayor libertad individual, a una mayor libertad de vivir como nos dé la gana, a un mayor reparto de la riqueza, a una lucha contra el capitalismo feroz sin llegar al comunismo opresivo. A un mayor conocimiento real y objetivo de las cosas y así las podemos controlar para nuestro mayor y mejor beneficio. Mira los países escandinavos…este mundo te permite ser cristiana, musulmana, atea, o lo que quieras. El pasado cristiano era opresivo, represivo, torturador, y otras cosas feas con esa Iglesia y esos curas y pastores tan intransigentes.

Efectivamente lo que veíamos era un rancho que aprovechaba una especie de oasis convertido en vergel y en verdes praderas donde le ganado pacía y la sequedad y aspereza del desierto parecían incapaces de sofocar. Había un pequeño estanque y la casa era de una planta con amplias puertas correderas de cristal. Todo ello estaba rodeado por una cerca de alambrado pintada de verde. En la puerta principal se podía leer “Pinto Valley Ranch”. Decidimos parar un momento en una pequeña explanada situada en frente del rancho al otro lado de la carretera. El sol empezaba a calentar con fuerza.

sábado, 18 de febrero de 2012

NUESTROS OJOS DE COYOTE MIRAN HACIA EL HORIZONTE DE UN DESIERTO DESCONOCIDO

Salimos de Río Barstow cuando aún era de noche, con cierta lentitud, como saboreando el pueblo yarda a yarda con sus luces de neón, sus esporádicas furgonetas pick-up; con el cielo estrellado de telón de fondo en este teatro del misterio cósmico. El aire era ligeramente fresco y los olores eran secos. Retornábamos de nuevo hacia el desierto como coyotes en busca de serpientes y roedores. Visión de coyotes, sentimiento de coyotes en medio de una inhóspita aridez poblada de chaparrales y mesquitales. Corríamos a través de nuestros territorios mientras la luz del sol iba disolviendo la oscuridad y las formas fantasmales se iban transformando en otra tonalidad más hiriente e insoportable. He ahí la creación de un mundo. He ahí el proceso de creación inagotable, infinito y siempre inacabado. Pero a los coyotes la luz del sol nos anuncia la presencia y el peligro de los humanos, de la cada vez más omnipresente vida humana.

Aceleramos el coche en dirección a la autopista 15 Oeste y pronto disfrutábamos de la mañana plenamente soleada. Echamos gasolina en una estación Exxon, comimos un desayuno a base de huevos revueltos, mush potatoes, bacon; tostadas con mantequilla y una gran taza de café. Volvimos a deslizarnos por la carretera. Pero ahora la sensación era de querer estirar la vida en todas las direcciones. Estirarse en cualquier dirección. Podríamos ir hacia el norte y distinguir esa pequeña ciudad que se va aproximando como un espejismo para cubrirnos con una extraña viscosidad de sensaciones e ideas. Algo así como una pasta que nos fuerza a delirantes movimientos de angustia.¿Hacia donde nos lleva toda esta gelatina? Quizás nos lleve hacia los recuerdos, hacia los malditos recuerdos, dijo Joy. Condenados a recordar, me dije yo a mi mismo. Y, efectivamente, allí estaba mi bici presta para llevarme al trabajo después de comer un buen plato de garbanzos. Allí estaba mi rutina, mi futuro, mi identidad al completo. Joy desaparecía de mi vista tragada por una bruma que nada tenía que ver con el desierto. El desierto quedaba lejos, demasiado lejos; tan lejos que tan solo era capaz de recordarlo con cierta imaginación peliculera de spaghetti western.

He ahí tu bici. Es la hora de volver a tu taller. Es la hora de labrarte un porvenir. Tienes toda la vida por delante. He ahí tu bici. Da pedales para llegar a la hora que marca un reloj sujeto a una pared pintada de blanco en ese taller. He ahí esas calles de envejecidos talleres que te fijan a ese pasado y en ese tiempo que demanda su continuidad precisa fijada en horas, minutos, días, años, décadas, siglos…. He ahí esos relojes que reclaman lo que les pertenece: los relojes de la escuela, de casa, de las noticias, de tus trabajos te reclaman ahora para que vuelvas a este mundo de realidades objetivas, de presencias reales que te necesitan para justificar su propia existencia. A través de ese pasado comprenderás tu presente. No hay otra salida. He ahí el taller con sus prensas de vapor y sus rollos de goma virgen y el reloj allí sobre la pared blanca marcando el tiempo. He ahí a tus compañeros vestidos con sus fundas de color azul oscuro cortando goma y más goma. He ahí tus jefes de aquella empresa familiar vigilando tu producción, tu ambigua producción de piezas vulcanizadas; con un fogonero casi siempre medio borracho y prematuramente envejecido por alguna rara enfermedad secreta. He ahí tu viejo mundo que te reclama para que tu también seas viejo.

Empiezo a trabajar a la hora y comienzo a trabajar cortando goma y prensando los moldes en las prensas de vapor a mano con una palanca que hacía bajar el tornillo para aplicar la presión y más presión mientras el vapor se fugaba por alguna rendija de algún manguito necesitado de reparación o sustitución. Miro el reloj y todavía quedan cuatro horas para salir. Mis compañeros y mis jefes se mueven por el taller como si todo hubiese de durar para siempre, como si todo se estuviera desarrollando en un eterno presente de sentido común. He ahí tu bici. Ha pasado el tiempo y ahora has de volver a pedalear en tu bici. Vuelta a casa, pero hay demasiada humedad gris de cielo plomizo y lluvia, demasiada bruma, demasiada niebla, demasiada niebla ahora. Me pierdo en la niebla. Me confundo en la niebla.

Entonces empiezo a oír la voz de Joy que me llama desde el desierto. La intensa luz del desierto que ahora se abre ante mí en un tiempo raro, extraño; en un viaje que hace una infinidad de tiempos ha empezado. Un viaje que sigue en su más plena y fecunda duración.

jueves, 16 de febrero de 2012

LAS ENTRAÑAS DEL DESIERTO

Volvimos a la carretera cruzando el desierto. Joy va tarareando una canción que inspira seguir más allá del desierto. Hay veces que la mente es también un desierto. A veces nos sentimos un desierto. Todo arena y arena por millas y millas. Entre el cielo intensamente azul y la arena estamos nosotros sin más ideas que seguir moviéndonos de un lado a otro de modo indefinido. Pura indefinición. Si miras allá a lo lejos puedes ver una especie de poblado de casas rodantes. Casas hechas para vivir como nómadas. Vamos al campamento, dijo Joy. Pero parece que hay tristeza. Noto tristeza en Joy. Hay cierta apatía. Quizás cansancio. Mejor no parar en ningún campamento. Mejor seguir. Cuando hay apatía lo mejor es seguir desplazándose. No pararse.

Cierro los ojos y puedo ver a una mujer llamar a sus hijos por un ventanuco en un país de mucha lluvia, de permanente humedad. Los llama a voces. Es hora de comer y ellos oyen la voz, dejan sus juegos y acuden a la llamada. Todo parece lejos en la distancia, pero quizás esté todo más cerca de lo que la apatía nos lo quiere presentar. Cuento a Joy lo que estoy percibiendo y ella dice que las llamadas de una madre siempre se siguen escuchando en las más profundas soledades por muchos miles de años que uno se interne en el futuro y sus correspondientes millas, millones de millas recorridas a través de mundos, muchos millones de mundos. Y a pesar de todo allí está el grito de llamada de esa madre para anunciar que la comida ya está en la mesa y que todo sigue a pesar de los peligros y las dificultades. Y de las apatías, deje yo. Nos reímos los dos y allá a lo lejos aparecía el poblado de Río Barstow.
Joy me habló de su tía Molly cuando enseñaba matemáticas en una reserva india de Dakota del Norte. Mi tía Molly era muy buena. ¿Por qué notamos que una persona es buena con nosotros? Hay como un instinto o una intuición que te dice que esa persona sería capaz de dar su vida por ti, que esa persona va a hacer lo posible por que las cosas te vayan de la mejor forma posible. Sabes positivamente que esa persona no te va a mentir nunca y nunca te va a hacer daño. Eso era lo que notaba con mi tía Molly. 

Cuando estaba en la reserva de los Sioux fuimos a verla. Vivía en una de esas casas rodantes en el poblado de Ineshoba y yo con mis ocho años me sentía libre como un pájaro jugando con los niños indios que respetaban y querían a mi tía Molly tanto más que yo. Entraba con toda libertad en todas las casas rodantes y las abuelas indias me daban un trozo de brownie con leche o gelatina de fresa. Los hombres estaban en las praderas con el ganado o sembrando maíz. Mi tía Molly era de la Ciencia Cristiana y cuando se ponía enferma solía orar para que Dios-Madre le hiciera comprender que el mal y la enfermedad no eran más que espejismos sin existencia real. Con la oración esos espejismos desaparecían y entonces todo era Dios y Dios era bien y perfección y Dios era todo; así que no podía existir el mal ni la enfermedad. Era todo una ilusión. Mi tía Molly llevaba dos años en la reserva de Ineshoba y allí habría de morir tres años después y un mes después de haber pasado todas unas vacaciones de verano con ella y los sioux de Ineshoba recorriendo las grandes praderas y colinas de Dakota del Norte en su jeep visitando poblados y pueblos muy distantes unos de los otros. Demasiado distantes bajo un hermoso cielo azul o una luna desbordante. Un verano inolvidable. Una tía inolvidable. Ella me decía que la muerte solo era un sueño, una ilusión.

Llegamos a Río Barstow. El coche volvía a deslizarse por otra Main Street y a un lado y otro los mismos McDonald’s o los mismos Safeways o Mervin’s o Sears Roebuck o Red Lobster, o los Ramada Inn o la Primera Iglesia bautista o la Iglesia episcopal y la logia masónica del Scottish Rite. Oscurecía. Abrimos las ventanas del coche y el olor era el olor del desierto. Respiramos fuerte para que el desierto entrara en nuestras entrañas. Nuestras entrañas eran nuestro desierto y el desierto nuestras entrañas.

jueves, 9 de febrero de 2012

HAY FRONTERAS QUE NO CONVENDRÍA TRASPASAR

Seguimos deslizándonos por las avenidas. Vimos los rascacielos a lo lejos. Un indicador nos decía que podíamos ir a otro país siguiendo las indicaciones. Joy dijo que por qué no. Que sería una experiencia interesante visitar otro país. Decidimos salir por la siguiente salida. Efectivamente, estaba anunciada la carretera a un país lejano, pero a medida que nos internábamos en ella empezaba a sufrir angustia. Era una sensación de adentrarnos donde no debíamos. Sabíamos que había territorios donde uno no debía de adentrase a pesar de los recuerdos, a pesar de las nostalgias.

De repente frené en seco. Abrí el coche y decidí sentarme a pensar allí mismo en la cuneta. Joy me dijo que solamente era intentar abrirnos camino en otro sitio. Yo entonces le cogí la mano y la invité a caminar por las praderas. Fuimos corriendo por las praderas hasta llegar a unas colinas. Subimos a la cota más alta de las colinas y desde allí vimos el paisaje. No solamente lo vimos sino que al mismo tiempo lo estábamos viviendo. Alguien nos dijo que si ya habíamos leído el periódico. Era un hombre con aspecto de estar enfadado con alguien. Y, pronto nos dimos cuenta que estábamos en una plaza al estilo de los pueblos o ciudades mexicanas. Le dijimos que ya no leíamos periódicos. Él nos enseñó un titular y comenzó a hablar en voz alta defendiendo cierta política y ciertos hechos que le irritaban en grado sumo. Yo le dije que no sabía nada de aquello y que solo estábamos allí de visita y por casualidad. Me respondió que entonces éramos unos cretinos sin conciencia de clase y que así iba el mundo con gente como nosotros que no nos preocupábamos por salvar el mundo de tanta injusticia e inmundicia. Joy se quedó mirando fijamente a aquella persona. Pero la persona se iba desvaneciendo y desapareciendo a medida que Joy quería comprenderle con la mirada. De pronto la plaza se fue llenando de gente que gritaba y levantaba pancartas pidiendo algo que nos resultaba muy familiar y extraño al mismo tiempo. ¿Qué hacer? ¿Qué hacer?

Joy fue quien esta vez me cogió de la mano y nos adentramos en la masa de gente. Miramos a una torre cercana y vimos cañones de fusiles. Miramos hacia las ventanas de otro edificio y había más cañones de fusiles. Hubo una fuerte descarga y parecía que toda la masa de gente se desvanecía. Después de un momento de silencio aterrador pudimos ver al señor que nos había increpado subido a un bidón de gasolina. Allí mismo empezó a bailar y bailar como si se hubiera vuelto loco. Bailaba sin música o quizás la música le sonaba dentro en el cerebro. Todo olía a pólvora y el suelo parecía estar cubierto de cadáveres. Pronto vimos que un grupo de siervos o esclavos empujaban una especie de escenario como los que utilizan las bandas de rock. Se iba haciendo de noche y poco a poco los supuestos cadáveres masacrados por los fusiles de los poderosos malvados, se iban levantando. El escenario ya estaba a punto y la banda de heavy ya empezaba a hacer sonar sus densos y voluminosos acordes. La plaza del pueblo creyó enloquecer. Todos bailaban como zombies frenéticos bajo una luz espectral de luna llena. Desde la torre unos focos de luz roja lanzaban haces hacia la plaza. Desde las ventanas del edificio se veían las siluetas de grandes barrigas chocar unas con otras.

miércoles, 8 de febrero de 2012

COMENTARIOS A LA LECTURA DE UN LIBRO DE ALAN WATTS

El coche ahora se desliza por Alexis Street. Paramos en el parking de Goodman College y rápidamente nos metimos en el edificio. Pronto vimos al director Mr. Emport con su traje azul y su corbata roja caminar en dirección a la cafetería. Afuera hacía sol y algún rayo se colaba por una ventana discreta, pero nosotros queríamos seguir y dirigirnos a la biblioteca. Varios estudiantes caminaban hablando distraídamente. Una vez en la biblioteca fuimos derechos a la estantería de libros sobre budismo zen y cosas por el estilo. Yo saqué de nuevo a Alan Watts y Joy se quedó ojeando títulos. Me concentré y comencé a leer. Más tarde vi a Joy que estaba oyendo música por unos auriculares sentada en una butaca.

Miré por la ventana un momento y rápidamente descubrí que tras la vegetación del jardín del Goodman College había un sendero que nunca había seguido. Rápidamente seguí el sendero. No podía perder esta ocasión de seguir el sendero. Quería seguir senderos desconocidos, cuanto más desconocidos mejor. Caminaba respirando hondo y observaba las plantas, los arbustos, las rocas; los pájaros, los insectos. El sendero parecía no acabarse y la ruta era de lo más inesperada. De repente vi a Ms. Terret que venía en frente de mí. Ms. Terret se me quedó mirando con esa mirada de ojos vivarachos y yo entraba por sus ojos como un espíritu o un fantasma anhelante de nuevas noticias o nuevas historias que escuchar y que solo Ms. Terret podía contar. Ms. Terret y yo nos desviamos por otro sendero y ahora bordeábamos un pequeño río. El día era estupendo y Ms. Terret me dijo que cada día era más difícil dar clases en un mundo apático, pero que la historia era una asignatura llena de historias y relatos imprescindibles para conocer la condición humana. Relatos y relatos que todos los días estamos escribiendo. A cada instante hay un nuevo relato. Tu y yo estamos haciendo un nuevo relato en estos momentos. Esa ardilla está escribiendo su relato. Esa tortuga también. Las velocidades son distintas. Nuestras velocidades son distintas. Nos movemos a velocidades distintas, pero a veces nuestras velocidades se acoplan. Mira, allí viene Lora Zabonsky con su perro.

Sí era Lora con su perro y su mirada perdida en sus interiores, vestida con el sharee multicolor. Pronto nos juntamos y el encuentro se rodeo de besos y abrazos. El perro se puso contento y no hacía más que buscar caricias. Lora nos dijo que venía de muy lejos y que había pueblos y ciudades que jamás habíamos visto y que allí había gente con ideas muy fascinantes sobre la vida y la muerte. Estaba cansada pero en su bolso traía un talismán que hacía tiempo buscaba. Estaba muy ilusionada. Nos invitó a sentarnos en la hierba bajo un nogal. Yo la recordaba cuando llegaba a la clase de Ms. Terret con su perro y el perro se echaba debajo de la silla y allí permanecía la hora de clase. Siempre vistiendo sus diferentes sharees. Nos dijo que es fácil encontrar un camino que nos lleve a ese pueblo o aldea o ciudad que ansiamos, pero es solo cuestión de oir la voz, esa voz, voz profunda, voz profunda que a veces nos habla con sonidos extraños, suavemente extraños. Me empezaba a dormir con el susurro de sus palabras, las palabras de la suave Lora y los gemidos de su perro. Me adormecía.

Sentí la mano de Joy que me despertaba con el libro de Alan Watts en las manos. Afuera en el jardín parecía estar lloviendo. Quizás la tormenta que anunciaban. El cielo ahora era gris plomizo. Joy me dijo que era hora de volver al coche. Había que deslizarse por otras calles y avenidas de la ciudad. Se estaba haciendo tarde. Cerré el libro y lo devolví a la estantería. Sentía que algo pesaba en mi interior. Que ahora estaba pesado. Pesado por la carga de presentimientos que me sobrevenían. ¿Cuántos caminos había que recorrer para encontrara la salida o quizás la entrada a lo siempre inesperado? Al momento Juy y yo estábamos de nuevo deslizándonos por una nueva avenida.

lunes, 6 de febrero de 2012

HABÍAMOS IDO A VER 2001, UNA ODISEA EN EL ESPACIO

Vimos la película de Año “2001, Una Odisea en el Espacio”. Luego, cuando salimos percibí la misma sensación de fuerte presencia de una esencia buena que se correspondía con la iluminación del cielo en aquel momento. Unas nubes al fondo pero en ese fondo o trasfondo había un más allá; más allá de esperanza, de poder seguir adelante y luego más y más praderas hasta llegar al Gran Río. Cogimos el coche y volvimos hacia el distrito de Buckner. Conducir por la avenida de Grove Creek era perderse entre jardines y en los jardines había senderos y pequeños bosques, pero era de noche y por la noche podía salir una luna llena que iluminaba todo el paraje. Era zona urbana, pero sobrevolar las casas no era difícil y desde lo alto podíamos divisar los habitantes en sus porches tomando cerveza o refrescos en la noche de verano. Bajamos a la casa de Solganik y allí estaba con su mujer estudiando teología. Estaba en ese estado de transición entre el fenomenalismo y la teología de la iglesia bautista, pero en ese momento tomaban cerveza y miraban hacia el cielo cuando nos vieron bajar. Nos invitaron a comer una hamburguesa y Solganik me miró diciendo: “cute, cute, this is real cute.” Joy hablaba con Solganik’s wife sobre la película y la esposa del judío de origen ruso en proceso de convertirse en pastor de la Iglesia Bautista del Sur, dijo: “Me gusta mucho escribir poesía y pintar y escuchar música y esta ciudad es un sitio ideal para hacer todo esto. A mi la teología me aburre pero Hensey está apasionado con su nueva vida cristiana.”

Nos despedimos y seguimos conduciendo el coche por la Grove Creek, pero ¿qué está pasando en esa casa? Podríamos explorar lo que está pasando en esa casa y en esa otra y en ese lago del parque Murray que es un infernal criadero de mosquitos. Aguas oscuras que dan un poco de miedo porque ocultan peces y culebras venenosas, pero no queremos imaginarnos ese fondo de silencio profundo cubierto de cieno y barro. ¿Quién corre por el prado? ¿Quién se mete en el bosquecillo corriendo como huyendo de algo o de alguien? Es Morgen, Steve Morgen que huye de su casa , de su mujer, de sus hijos, de su vida, de sí mismo. Steve Morgen nunca aceptó la quietud del alma que provee una suave y cálida vida familiar. Y ahora Steve huye, Morgen huye. ¿Adónde vas Steve Morgen? Corremos detrás de él, le perseguimos, le tiramos piedras para advertirle que estamos detrás de él y para decirle que le comprendemos, que nos compadecemos de él, que somos sus amigos de siempre; que la vida puede ser un fraude y un engaño, pero por favor para ya Steve Morgen.

De repente se paró en seco y nos abrazó con todas sus fuerzas y dijo que éramos sus ángeles de la guarda y que había que salir del parque cuanto antes porque algo o alguien le estaba llamando desde el interior del bosque. Acabamos comiendo otra hamburguesa en un McDonald’s y Steve nos contó que pronto tendría otro hijo y que todo iba de maravilla pero que esa noche andaba algo perdido. Lo llevamos a su casa y no quisimos entrar. Seguimos conduciendo por la otra avenida, luego cogimos otra calle oscura y seguimos de frente hasta que la oscuridad nos fue absorbiendo y así nos fuimos difuminando. Eterno Retorno de un instante repetido hasta el absoluto. Habíamos ido a ver la película “2001, Una Odisea en el Espacio.”