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miércoles, 16 de noviembre de 2011

BILBAO Y LAS GANAS DE MEAR

Dicen que las cosas no ocurren porque sí. Las casualidades no son tal. Vaya usted a saber. Incluso se podría pensar que somos hologramas programados desde no se sabe dónde por entes que nos dirigen y juegan con nosotros. Vaya usted a saber.

Tenía ganas de mear. Habíamos comido en un restaurante de la calle Iparragirre después de ver el Guggenheim y me entraron las urgentes ganas de mear. En ese momento íbamos paseando por la Unibertsitate Etorbidea, o sea; por la Ría enfrente del Guggenheim. Pero ¡he aquí milagro! Aparece una de esas cabinas-WC públicas que se mete moneda o monedas y se abre la puerta y ¡zaca!, te alivias a placer. Así que fui corriendo y metí las monedas que me pedía y nada. Me devolvía las monedas y nada y vuelta a devolverme las monedas y nada y vuelta otra vez y entonces lo mejor era seguir y a lo mejor habría otra más allá. Las ganas de mear a veces son psicológicas y al empezar a hablar con Ana y seguir paseando pues se me fueron olvidando, pero se me vino a la cabeza al instante aquel suceso de hacía no mucho tiempo en que una señora mayor en Gijón se quedó atrapada en una cabina-WC y tuvieron que llamar a la guardia municipal a sacarla y salió en el periódico y todo. “Sí, estos chismes pueden fallar y si te quedas dentro atrapado y tienes algo de claustrofobia, vaya putada”. Y seguimos caminando ya en la prolongación de la Unibertsitate Etorbidea, que es el Campo del Volantín Ibiltokia, o sea; siguiendo la Ría pero más cerca del Ayuntamiento.

Entonces, ¡oh dioses!, allí había otra cabina-WC y me entraron de nuevo las ganas de mear más urgentes de mi vida. Allá fui y quise meter monedas pero vi que alguien estaba gritando desde dentro.
—Ana, parece que hay alguien dentro tratando de abrir la puerta—le dije a Ana algo nervioso.
— ¡Abran!, miren a ver si me pueden ayudar a abrir. ¡¡No puedo abrir!!—decía una voz de señora mayor con ligero acento sudamericano que al mismo tiempo intentaba forcejear la puerta.
—Pues sí, parece que es una señora atrapada ¿Qué hacemos? —dijo Ana.
Yo entonces intenté empujar y forcejear y tira para adentro y para afuera y nada de nada y la señora angustiada allí dentro en la caja metálica y a saber si estaba a oscuras al borde del infarto. “La madre que me parió. ¿Que tenga que pasar esto ahora?”, dije yo para mí. En ese momento ya había gente que se aproximaba a la cabina al ver que pasaba algo.
—Mira, aguanta aquí con la señora. Habla con ella que yo voy a ver si veo pasar algún coche de la Erchancha o la Udalcharigoa y nos echan un cable. ¡Cago’n la puta!

Y me fui a la calzada a ver si veía algún coche patrulla y ya veía que había alguna persona más con Ana; pero no veía a ninguna autoridad y me estaba poniendo nervioso. Seguí mirando y caminando de un sitio a otro, pero nada. Entonces volví a la cabina-WC y vi que la puerta se había abierto y Ana consolaba a una señora mayor muy bajita con cara de mestiza americana que decía: “¡Hay muchas grasias, muchas grasias! No sé lo que pasó pero no me abría. Hay, hay, muchas grasias, muchas grasias”. Y se fue.
— ¿Cómo abrió? —le dije a Ana
—Pues empujé para mí fuerte y abrió. Puedes entrar.
—No, yo ahí no entro ni de coña. Tengo algo de claustrofobia y si me quedo atrancado me da un patatús.

Así que seguimos hasta llegar a un bar.

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