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viernes, 28 de octubre de 2011

SEKLAS Y SUS ORGASMOS CÓSMICOS

Aquella noche apenas pude dormir pensando en el manuscrito que había encontrado haciendo inventario de la biblioteca de libros raros de la universidad. Di vueltas en la cama apesadumbrado y cuando me dormía era para soñar en espantosas pesadillas. Al día siguiente, todo ojeroso, volví de nuevo al trabajo de la biblioteca y fui directamente a donde estaba el manuscrito. Lo volví a releer y vi que en la misma caja atada con una cinta había más legajos. Cogí otro y leí:

La mejor obra del dios Seklas fue el hombre. Y la mejor obra en el hombre fue su conciencia. Los animales podían sufrir, pero los efectos del sufrimiento no podían ser representados ni rememorados en su limitada conciencia. Seklas no podía soportar una existencia donde el sufrimiento fuese tan limitado y efímero. Necesitaba crear una conciencia superior, más compleja y de gran memoria duradera. Trabajó entonces con el código genético de esa criatura bípeda que apenas superaba la inteligencia de los chimpancés; y logró el milagro después de grandes distancias en el tiempo. Logró que el hombre fuera consciente de sí mismo, con capacidades racionales y fuertes e incontrolables emociones. Además era una conciencia capaz de auto-engañarse y mentirse a sí misma con extrañas y fantásticas proyecciones.

¡Genial! Gritó Seklas el dios miserable. Ya tengo la criatura sufriente más perfecta. Ver cómo ha de sufrir esta criatura humana me producirá intensos espasmos de placer. ¡Genial! Con solo nacer ya empezará a sufrir de forma poco a poco autoconsciente y reflexiva. A medida que crezca será la complejidad de sus relaciones con los demás, sus conflictos irresolubles, su congoja ante las enfermedades y la muerte. Su violencia y rabia que podrá estallar en ocasiones para conseguir de forma provisional cualquier imperio o capricho, pero luego la vida le volverá a vencer y vencer….je, je, je….Y, por otra parte, nunca le haré perder su esperanza en la felicidad, en la bondad, en el amor, en un Dios bueno y compasivo. Pero esa es mi obra. Mi obra casi perfecta. Casi perfecta. La conciencia humana destilará un sufrimiento inaudito que me hará sentir intensos orgasmos cósmicos que a su vez producirán más estrellas, más erupciones volcánicas, más explosiones de supernovas,…..je, je..

Esa es el diabólico conocimiento de Seklas que hasta ahora el sabio Azazael ha podido descubrir gracias a su transcendencia mental que logró traspasar el hermético mundo material y astral de Seklas el demiurgo medio loco. Ahora sabemos que hay una salida y una dimensión cósmica absolutamente fuera de este maldito universo de Seklas. Pero el absoluto desde dentro de nuestro universo no lo es desde esa otra dimensión.

Quedé más desconcertado aun. Dejé la caja con los legajos en su sitio y salí tembloroso de la sección de libros raros. ¿Quién era Azazael? ¿Dónde estaba su grupo secreto de sabios? ¿Dónde estaba la salida?

miércoles, 26 de octubre de 2011

MARCUS KLOMMER

Si todo el mundo está salvado por la Sangre de Cristo entonces todos estamos camino de la Gloria, pensaba Marcus Klommer mientras escupía un denso gargajo verde contra la pared del burdel. Martha Glibert, la putona más estropeada del personal del Kooba-Diddle Saloon, comenzó a reñirle con las palabras silbantes y mal pronunciadas debido a su putrefacta dentadura: “Eresh un sherdo indeshente, Marcush Klommer; podíash haber eshcupido en el suelo de tu casha.” Pero Marcus siguió su camino meditando en la verdad que había descubierto leyendo la vieja biblia de pastas negras y hojas amarillentas que tenía su fulana, Ilda Foreman, guardada en la mesita.

Si todo el mundo está salvo por la Sangre de Cristo, siguió pensando, entonces Dios nos lo tendría que recordar en algún momento, para dejar de ser tan malos. Tendría que haber un Dios de verdad que lo sacara de aquel indecente agujero que era Krakpotown y así poder cambiar de vida y de lugar más allá de las secas montañas de Bluecrest. No sabía a dónde ir. Se sentía vacío. Su casa era una infame cabaña en las afueras del pueblo. Su trabajo de peón en el rancho de Mathew Garden le daba para comprarse las judías, unos biscuits secos y los pagos ocasionales a su puta.

En aquel momento llegaba el viejo Martin Miller con su perro.

Sintió náuseas.

Martin Miller siempre miraba hacia el cielo con aquellos ojos vacíos y secos. Su perro era ya muy viejo para seguirle, pero el animal seguía siendo fiel a su ya demente dueño.

“Martin”, gritó Marcus, “¿sabías que la Sangre de Cristo te salva de tus pecados?”

“Sí, Marcus, por eso no dejo de mirar al cielo para que algún día Dios me devuelva la luz. Marcus, eres un pendejo. ¿Por qué me preguntas estas cosas? ¿Te vas a meter a predicador?”

“No, Martin. Era una duda que tenía. Déjalo.” Y escupió de nuevo otro gargajo enorme sobre Whiskas, el pobre perro de Martin que ni tan siquiera se inmutó.

domingo, 23 de octubre de 2011

LOS HEROÍSMOS DE LA VIDA COTIDIANA

En primer lugar recogía los platos sucios de las encimeras de la cocina y los iba colocando en el lavaplatos. Los desperdicios de carne, pescado, fruta, o vegetales los metía por el agujero del triturador, que era el mismo desagüe del fregadero. La diferencia con los desagües normales europeos consistía en el diámetro bastante mayor del desagüe con triturador, sin embargo el agujero estaba protegido por un círculo de tiras de goma fuerte a modo de diafragma o esfínter. Cuando se tiraban los trozos de pollo con huesecillos, los trituraba sin compasión. Hacía un ruido como de gruñido salvaje que luego se apagaba en un ronroneo más tranquilo. Una vez metidos los platos en el lavaplatos, colocaba una medida de detergente en el depósito, cerraba y apretaba el botón de comienzo con gusto. Luego cogía el frasco de plástico de jabón líquido lavaplatos, echaba una pequeña cantidad sobre las encimeras y con una esponja las restregaba hasta sentirlas lisas. Una vez hecha esta labor, cogía un rodillo y secaba la superficie. Había que recudir el rodillo un par de veces, pero el resultado era una superficie brillante. Lo más fastidioso era limpiar el fogón de gas y los mecheros. Allí la grasa se acumulaba de forma insidiosa y había que sacar las niqueladas bandejillas redondas recoge-posos, hacerlas brillar; luego limpiara las rendijas entre las bandejillas y el interior de las oquedades de los mecheros; y, esto era un fastidio. Lo odiaba.

El resto de limpieza era más la paciencia y la gana que el trabajo en sí. Colocar las cosas en su sitio, barrer, luego fregar con la fregona; pues se hacía bien, lo malo era cuando no tenías gana maldita de hacerlo. Si además tocaba limpiar cristales pues se añadía más fastidio, salvo que ese día estuvieras inspirado y esa labor te sirviera de distracción más que castigo. Me olvidaba de la limpieza del baño. Limpiar la bañera requería agacharse, doblarse y frotar duro con una esponja recia aplicando polvos de vim. Pero cuando echabas el chorro de agua con la cebolla de la ducha y recudías los chorros de suciedad adosados a la superficie esmaltada de blanco; era una satisfacción psicológica ver cómo brillaba la bañera. La taza del váter era también un coñazo. Requería una fuerte limpieza del agujero habiendo echado previamente un líquido fuerte con fuerte olor; luego se rascaba bien con la misma escobilla de plástico, para enseguida limpiar el resto de la superficie de loza con una esponja-lija. Luego yo solía pasar el agua de la ducha por encima para dejarlo reluciente. El suelo quedaba algo inundado, pero luego venía con la fregona y todo quedaba perfecto.

Estas eran las batallas cotidianas. Los heroísmos de la vida cotidiana.

Cuando acababa hacía un café y me sentaba en el sofá satisfecho de mi labor. Ponía a los Moody Blues y Robbie se ponía a hacer la comida.

sábado, 22 de octubre de 2011

TOMANDO UNA TAZA DE CAFÉ

Me despertaba, abría la puerta de corredera de cristal y ahí estaba la naturaleza con su luminosidad. Di unos pasos para atrás y me volví a sentar en el sofá. A mi derecha estaban las estanterías con libros. A mi izquierda el tocadiscos. En el medio del salón, ocupando mucho suelo, estaba la alfombra con sus diseños en rojo.

De nuevo me levanté. Fui a la cocina y puse el agua a hervir sobre el mechero de gas. Saqué de la alacena el frasco de nescafé y eché dos cucharaditas de café instantáneo. Una vez hervida el agua la eché en la taza y la revolví. Miré un momento hacia la puerta corredera de cristal y sentí una breve sensación de alegría. La mañana era soleada y afuera los cuervos celebraban el día con sus graznidos. Las ardillas también se acercaban con cierta desconfianza. Saqué entonces el cartón de leche de la nevera y eché un chorro al café. El olor a café inundaba la cocina y el salón al mismo tiempo que me despertaba a una mayor intensidad de ánimo.

Un día libre. Un sábado libre de high school. Un tiempo a ocupar. ¿Qué hacer? ¿Leer? ¿Escribir? ¿Pasear? ¿Escuchar música? ¿Leer y escuchar música al mismo tiempo? No es fácil tomar una decisión. Tomé un sorbo de café y la sensación de relax y ganas de vivir fue rápida. Me quedé silencioso. Me senté de nuevo. En realidad mi aspiración era poder alcanzar esa plenitud espiritual desde la cual la vida fluye y circula sin que uno se sienta afectado. Estar ya situado en un punto neutro. En el punto medio de la rueda, mientras todo circula sin afectarnos.

Siempre ese ansia por encontrar ese territorio de quietud, de extrañeza, de vivir en un sueño encantado. Y, por otra parte, la tozuda realidad de una discontinuidad y ruptura entre la mente y el mundo. La contracultura de los años sesenta y setenta nos hablaba de esa posibilidad de alcanzar el sueño místico-romántico. La música de los Moody Blues reforzaba este anhelo. Los escritos de Alan Watts o Theodore Roszack, junto con Norman O. Brown.

Abrí la puerta corredera de cristal y salí a pisar la hierba con la taza de café agarrada por su asa. Hacía un aire fresco que respiré con fuerza. Los nogales parecían nobles ancianos cuya sabiduría los hacía estar fijos, quietos en su sitio. Fuertemente asidos en la tierra con profundas raíces. Los envidiaba. Era imposible saber cómo se siente un árbol, y si siente algo en realidad. Veía a los coches pasar por la calle Fifth Street. Oía el ruido de las cubiertas rodando sobre el asfalto. Apenas se oían los motores. En realidad estaban ocurriendo muchas cosas a mi alrededor. Las tonalidades de colores eran infinitas. Los ruidos eran indefinibles. El mundo estaba ahí, el universo estaba ahí al completo, pero fuera del alcance de mi comprensión mental o anímica. Me senté en el bordillo de piedra que rodeaba uno de aquellos nobles nogales. Tomé otro sorbo de café.

Pensé entonces en los exámenes que tenía que corregir, en las preparaciones de clases; en la limpieza de la casa, en la compra que había que hacer, etc.. Trabajo. El trabajo como acción sobre el papel, sobre la objetividad del conocimiento; sobre el intercambio del mismo adaptado a las circunstancias de las clases. Dura labor. Difícil intercambio. Surgió de repente el desánimo y bebí el café todo seguido. Me levanté y en ese momento Robbie venía por el camino de cemento para decirme que alguien me llamaba por teléfono.