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martes, 21 de diciembre de 2010

LA VISIÓN DEL PARAISO

Llsghnadt era todavía muy joven cuando vio el Paraíso en aquel valle tan verde y en plena primavera. Era la primavera de su vida y todo eran brotes de hormonas e imaginación. Desde el valle, cerca de una iglesia medieval, se veían las lejanas montañas y todo era como un paraíso bíblico. Llsghnadt se había situado cerca de una iglesia cristiana medieval en aquel momento en reconstrucción. ¿Quién puede resistir a los quince años en plena primavera y con una desbordante imaginación, ver el Paraíso y hasta sentir la misma presencia de los antiguos patriarcas de la Torá? Posiblemente muchos jóvenes como él nunca hubiesen tenido tal visión, pero Llsghnadt era como era y en aquel instante veía el Paraíso situado a lo largo de todo un valle y en el fondo del valle comenzaba la subida a las montañas.

Llegar a las montañas implicaba seguir dos caminos: el de la derecha o el de la izquierda. Quizás en la montaña más alta y más lejana hubiera algún secreto oculto, quizás algo estaba sucediendo en la cima a juzgar por los brillos y los reflejos. También Llsghnadt podía ver una nube gris oscura que cubría la cumbre como un sombrero. Imposible desde la distancia y los quince años y a través de la primavera verde y radiante, ver sucesos tan lejanos como irreconocibles. Pero quedaba la duda que pronto se fue disipando a medida que la emoción del momento seguía estando fijada en la visión del Paraíso. El Paraíso era verdad y el lo estaba viviendo como una poderosa premonición. Los profetas habían hablado de él. El mismo Jesús y los apóstoles cristianos también. Poco se imaginaba que la visión del Paraíso era ya el comienzo de toda una peregrinación hacia aquella cima que apenas era discernible.

Porque toda su vida a partir de aquel momento fue el el persistente caminar hacia aquella cumbre. Poco a poco el Paraíso iba retrocediendo, desplazándose, perdiéndose en la memoria como un arquetipo nostálgico, aunque nunca olvidado. A veces, reclamaba la visión de aquel paraiso con cierta urgencia durante ese viaje que había iniciado, esa larga caminata de la vida; sobre todo, cuando tropezaba y caía, o durante tantos encontronazos desconcertantes con la gente. Gente que también seguía el camino en una y otra dirección pero con propósitos diversos, quizás opuestos. Otras multitudes iban por el camino de la izquierda y daban gritos saludando desde el otro lado del valle. Otras veces sentía la oscuridad y la confusión y el saber que en cualquier momento podría precipitarse hacia cualquier terraplén nefasto o letal.

Era el camino de su vida y era también la persistente dificultad o la desconcertante sorpresa; o los caminos falsos que no llevaban a ningún sitio y entonces había que dar de nuevo vuelta hacia el desvío para coger otro y procurar no desviarse. A veces no podía recordar nada del por qué estaba en el camino y si el camino en realidad tenía algún sentido. Y ¿por qué rayos y centellas tenía él que seguir viviendo esa ruta de efímeras alegrías con gente que se le iba juntando por ese inexorable camino y que luego eran parte de su vida en transito, siempre en tránsito; todos en tránsito y hacia delante y siempre adelante?  ¿Quién era él en relación a a la gente que quería y que a veces desaparecían y dejaban un terrible silencio; o, ante cualquier persona por fría o indiferente que fuera; o incluso los enemigos que también uno se iba forjando a lo largo del camino y que mentían, hacían trampas y que así mismo, él, también era enemigo de alguien y entonces también la mentira y las trampas y el engaño? Y, a pesar de todo, el camino seguía y seguía. ¿Hacia dónde? ¿Se había olvidado su destino?

Enfermedades, muerte, guerras, sudores, dolores; frío, un cuerpo a veces frío, demasiado frío en la noche fría y entonces surgía la angustia sin explicación. Pero también el calor de un hogar, el buen humor y la vida en su frescor con gente sana y generosa. Caminaban congregaciones de creyentes de toda religión e idología algo confusos pero con cierta esperanza. Los había falsos y superficiales, totalmente sentimentales e irracionales. O, a veces, gente buena; simplemente buena sin saber por qué. La visión del Paraíso de Llsghnadt se iba difuminando en un lejano recuerdo de juventud mientras su cuerpo envejecía, se agotaba; su imaginación cada vez más gastada y desequilibrada. Todos los pasos que había dado en aquel camino se habían ido acabando en desequilibrio y fatiga. Todo iba acabando en nueva ilusión renacida pero cada vez más tibia, menos creíble, más apagada. Los anhelos, las esperanzas, la confianza en las personas; todo se iba perdiendo o desdibujando. Los viejos recuerdos del Paraíso de su juventud tan solo eran vanidad de vanidades. ¿Por qué había tenido aquella visión tan nítida, tan primaveral, tan emotiva? Con el paso del tiempo llegó el día en que se iba acercando a la montaña más alta, y; por primera vez, lograba percibir una silueta sobre una especie de estructura de madera; quizás algo así como un cuerpo humano encaramado sobre una posible cruz incrustada sobre la misma cima. El final del viaje estaba ya cerca y todo parecía haber sido un extraño sueño.

Por fin vio la figura humana y la estructura de madera más cerca, cada vez más cerca. Allí había un hombre retorciéndose de dolor, crucificado; y, debajo de la cruz, había gente que miraba con indiferencia. Poco a poco Llsghnadt se fue acercando a la cumbre. Se fijó entonces en la figura humana y reconoció en aquella patética figura el fracaso de toda una vida, de los esfuerzos realizados en aquella vida. Aquel hombre también habría aspirado a algún paraíso, quizás hubiera caminado todo el camino con ganas de llegar a algún sitio, a la culminación de algo seguro y absoluto. Quizás él también habría sido joven y al lado de alguna iglesia o sinagoga habría visto el Paraíso y quizás él también comenzó a caminar algún día por el camino de la derecha o quizás el de la izquierda, pero con la idea de llegar, de finalizar.

El hombre estaba muriendo y sufriendo la agonía más atroz. La gente simplemente lo miraba y esperaba a que por fin exhalara el último suspiro. Pero reinaba la indiferencia o el alivio de no ser ellos quienes tuvieran que estar allí colgados sufriendo. Llsghnadt se dio cuenta que aquel hombre representaba un final extremadamente triste y cruel. La vida de aquel hombre había sido un caminar absurdo hacia la muerte después de ser condenado por cualquier cosa, cualquier error, cualquier obsesión, cualquier ilusión desequilibrada. Llsghnadt se quedó allí sentado sobre la hierba. Se sentía viejo y acabado. Necesitaba descansar. Y entonces giró otra vez la cabeza para ver de nuevo a aquel hombre agonizante. Aquella mirada le resultaba familiar. A aquel hombre lo conocía de algo, pero no recordaba de qué. Todos habían oído hablar de la crucifixión de Jesús y eso había sido parte de un acontecimiento muy lejano y legendario. Pero aquel hombre era real y actual. Si Llsghnadt quisiera hasta incluso lo podría tocar. Era absurdo que estuviera allí tan expuesto a la ignominia e indiferencia de las gentes que iban llegando a la cima, pero era real. En ese momento Llsghnadt sintió un profundo cansancio y un desfallecer. El agotamiento era máximo y la conciencia se iba reconciliando con el sueño. Al fin descansaba y poco a poco se iba instalando en un sopor generalizado. Aunque de repente fue el sobresalto y la sorpresa y se sintió más despierto que nunca. Algo le forzaba a mirar allá abajo, hacia la profundidad del valle. Y entonces comenzó a ver la silueta casi imperceptible de una iglesia cristiana medieval en obras. Allá abajo brillaba el sol y los contornos se empezaban a ver algo mejor. Quizás mirando con más detalle era posible ver la mirada joven, todavía muy joven, de un muchacho que miraba con ojos de inocencia hacia una lejana cima; quizás el joven estuviera viendo algo sorprendente, quien sabe si hasta el mismo Paraíso de la Biblia; la tierra prometida a Abraham y a los patriarcas y a los profetas. Sí, era un joven. Demasiado joven para saber lo duro y difícil que era el camino de la vida.

Llsghnadt entonces se sintió abatido, completamente asfixiado y exhausto. Apenas sentía sus extremidades y la sed le agobiaba con desesperación. La conciencia se iba borrando y comenzaba a sentirse absolutamente solo y abandonado sin poder hablar ni explicar nada. ¿Explicar qué y a quién? Terrible angustia. Insoportable sufrimiento. Él mismo, clavado allí en la cruz, exhalaba por fin su último aliento y el Paraíso, con toda su fuerza primaveral, lo recibía con amor y ternura.

Mientras, a los pies de la cruz, la gente lo miraba con total indiferencia.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

LOS CIENTO CINCUENTA DE KUETOS

Nos levantamos los bravos guerreros de Kuetos para ir a luchar contra los Wirusos de Ela-Felghuerah. Salían Rabandros y Bitadrenos, de la cueva de los Osos, armados hasta los dientes. El bravo ejército de Kuetos se iba reuniendo en la Explanada de los Troncos Pelados detrás de la panadería de Zapikoket al lado del Gran Río Kasanovwa. Estaban los del clan de Los Cathurrows, también los de la gran familia de Nisthal; y los bravos de Willitah junto con los Doshiteosh. Sonaban los tambores de guerra estremeciendo al barrio y entonces Dionisius el de la tienda de Mariam gritó con furor:
—¡Guerra! ¡Guerra! y ¡Guerra contra los Wirusos, Wirusones a quienes cortaremos los cojones!
Y entonces se subió a la plataforma de los troncos el poeta-guerrero Manforth-delth-Yerah con su lanza y escudo cantando en voz alta, casi gritando:
—Los de Kuetos fuman puros, los de Cianhow redondillas, y los pobres Wirosones, ¡aupá¡ sólo recogen colillas.
Todos aporreamos los tambores y nos fuimos poniendo en fila de formación. Éramos los 150 valientes de Kuetos y estábamos muy cabreados con los Wirusos de la Ela- Felgherah. Habíamos sufrido infinitas humillaciones de esa tribu maldita que se había arrogado el derecho de imponernos impuestos, robar nuestras mujeres y vender a nuestros hijos como esclavos. Además nos habían impuesto el culto al dios Maryh-Kon a quien teníamos que entregar nuestros objetos más apreciados. Los sacerdotes Wirusos no tenían piedad y se reían de nosotros y nos azotaban hasta que besábamos los pies de la estatua de Maryh-Kon.

Todo fue así hasta que una noche nos congregamos en secreto los valientes de Kuetos. Fue en la Cueva de los Osos donde vivían los clanes Rabandros, y Bitadrenos y Manforth-delth-Yerah. Y entonces Manforth-delth-Yerah nos habló con voz de trueno:
—Se acabaron las humillaciones de los Wirusos. Parecemos ratas miserables. Nuestro dios ¡Hah!, el Innombrable, ha quedado reducido a un santuario secreto donde nadie puede adorarlo. Todo esto se ha acabado. Nosotros los Kuetorrans podemos machacarlos como pulpos. Nosotros tenemos la fuerza y el poder de ¡Hah!, el colérico y vengativo ¡Hah! Nuestras almas son torbellinos de venganza. Nuestros brazos son capaces de reventar cabezas. Nuestros pies patearán los culos gordos de los eunucos del dios Maryh-Kon. ¡¡¡¡Somos los grandes de Kuetos¡¡¡¡ Machacaremos a los Wirusos de Ela-Felgherah!!! Raptaremos a sus mujeres y las haremos esclavas en nuestras casas. ¡¡¡Por ¡Hah!!!

Y así salimos aquella noche de la Explanada de los Troncos Pelados.

Tronábamos tambores de guerra
Los 150 valientes de Kuetos
Mientras atravesábamos Sama
Para arrasar Ela-Felgherah.

No habría maldita compasión.
La sangre Wirusa queríamos verter
Sama temblaba al vernos pasar
El miedo les hacía fenecer.

Grande era Manforth-delth-Yerah
Fuertes eran Rabandros, y Bitadrenos
Nuestro dios ¡Hah! nos dirigía
Hacia Ela-Felgherah con truenos.

lunes, 13 de diciembre de 2010

PAKO EN LONDRES

Pako estaba en la ciudad de Londres. Tenía que cruzar un semáforo y la avenida era muy ancha. Fue cruzando la avenida y se dio cuenta que no llegaba a cruzarla antes de que se pusiera en rojo de nuevo. Entonces quedó en medio de la avenida en la mediana. Se agarró a un semáforo y esperó a que el tráfico de la otra mitad pasara. Pero, mientras que esperaba, se dio cuenta que delante suyo la avenida se transformaba en una especie de bajada demasiado inclinada, tan inclinada que si resbalaba podría bajar rodando con posibilidad de quedar herido. Miraba hacia abajo con sorpresa y lo que veía era la avenida con su tráfico pero como si surgiera de otro sitio fuera de su alcance. Pasó el semáforo y llegó al hotel.

Cuando Pako llegó al hotel, antes de entrar, descubrió que un hermano profesor de universidad, había encontrado una cartera llena de billetes de €50 y €100. Luego fueron llegando amigos y se preguntaban de quién sería la cartera. Alguien la había perdido. Pero al abrirla vieron que también había un pasaporte español muy viejo con un nombre indescifrable. En una de las partes de la cartera figuraba un número de teléfono y una especie de letras fluorescentes que decían “llamar al xxyyy”. Entonces Pako llamó y alguien con voz joven respondió. Pako explicó que había encontrado aquella cartera cerca del hotel XX y que querían devolvérsela cuanto antes pues había mucho dinero dentro. El joven entonces respondió:
 —Oiga, ¿sería tan amable de traérmela al barrio de ZZZ que es donde yo vivo? Es que ahora estoy algo ocupado y seguro que no le da más coger el metro y dejármela en el sitio que yo le diga.
Entonces Pako cabreado les dice a todos lo que le estaba respondiendo el joven español.
    ¡¡¡Vaya jeta que tiene ese cabrón!!! — respondieron todos.
    Sí, vaya cara— dijo Pako—Ahora verás lo que le digo.
    Oye, como no vengas aquí a por ella esta cartera se va a ir al carajo.
Pako estaba indignado y se dirigió al hotel. Los chavales españoles vivían en la puñetera vagancia y desidia y les importaba todo un carajo, pensó Pako un tanto malhumorado.

lunes, 6 de diciembre de 2010

LA ISLA DESCONOCIDA

Estábamos en una pequeña playa cerca de la ciudad. Éramos varios amigos y familiares y bastante más gente. Hacía un buen día. Por alguna razón a alguien se le ocurrió salir en barca fuera borda. Y así fue cómo fueron saliendo varios grupos en barca fuera borda y en fila india. A nosotros también nos dio por salir detrás del grupo. Conmigo iba alguien, no me acuerdo quién era. Detrás venía mi hija en una barquita muy endeble con un primo suyo. El sol brillaba y todos íbamos metiéndonos mar adentro. Pero de repente yo me di cuenta que nos estábamos metiendo demasiado adentro y las barcas no eran lo suficientemente seguras para meterse tanto. Detrás venía mi hija en la barca endeble y quizás no pudiera soportar la velocidad que llevaba el grupo. Yo empezaba a tener miedo y de vez en cuando miraba hacia atrás. El grupo seguía y seguía e iban formando una estela, como un camino en un mar que se iba oscureciendo. Se iba haciendo cada vez más oscuro, un azul muy oscuro; demasiado oscuro. También se estaba enfureciendo. En un momento dado quise salirme de la fila para dar la vuelta y así hice una señal a mi hija que venía detrás con su primo. Parecían estar al límite. Pero al intentar salir el oleaje nos lo impedía y sentí terrible angustia. Ya era tarde para dar la vuelta y había que seguir hasta que al grupo le diera la gana. Seguimos y seguimos, pero mientras siguiéramos la estela el mar parecía seguro. Sin embargo unos metros más allá del límite las olas eran estremecedoras. Ahora incluso el cielo de alta mar se había vuelto también oscuro, como de tormenta. Unos minutos más tarde llegábamos a una especie de isla o islote.

No sabía que a unos kilómetros de la costa de mi ciudad había una isla o islote. Fuimos llegando y bordeando un dique hasta llegar a un pequeño puerto. Increíble. ¿Cómo era posible que nunca hubiéramos sabido de tal isla? Una isla con un muelle para barcos pequeños con algún edificio como de almacén y en lo alto de una colina había un fuerte de piedra gris que llamaba la atención. Ese fuerte había estado ahí siempre y yo sin saber nada. Extraño. Llegamos y nos bajamos. En ese momento surgía del mar oscuro un barco que venía de lejos. Era un barco de carga de tamaño mediano y pronto entraba en el muelle y amarraba. Había obreros en el pequeño puerto que ahora ya no nos parecía tan pequeño. Me puse entonces a inspeccionar la isla yo solo mientras los demás paseaban por el puerto. Fui de un lado para otro y me di cuenta que bajando una especie de carretera se llegaba aun gran garaje. Yo quise entrar al garaje porque me parecía un garaje moderno y con coches de alquiler. Cuando iba a entrar alguien me pidió mi número clave para poder abrir la puerta. Yo no sabía qué número clave tenía y así se lo dije al guarda por el micrófono. Pero el guarda me respondió que sí sabía cual era el número lo que pasaba era que no me acordaba y si no podía dar la clave entonces no me podía dar mi coche. ¿Qué coche? Yo no tenía allí ningún coche. El guarda me dijo que sí y que era cuestión de saber la clave. Como no la sabía pues entonces me envió a otras dependencias.
 Poco a poco fui entrando en una salón muy grande donde había mucha gente escuchando a alguien hablando desde un púlpito. Lo curioso era que el púlpito estaba encaramado en una plataforma en la parte superior de un patio de butacas escalonado como en un cine, pero el púlpito en lugar de estar donde la pantalla o escenario, estaba en la parte opuesta, o sea: arriba encaramado y presidiendo sobre todos los que estaban abajo escalonados y mirando para arriba  en extraña posición. Toda la parte de arriba a los lados del púlpito estaba ocupada por gente sentada en butacas que miraban hacia abajo. Me di cuenta que era una iglesia protestante y que tenía mucha gente y que los pastores gozaban de autoridad y respeto y toda la iglesia parecía tener mucha actividad y mucho ánimo. Yo no sabía cómo sentarme y estaba algo incómodo pero con ganas de seguir allí a pesar de todo. Luego cuando acabó el culto bajé y miré hacia arriba y la decoración era a base de planchas de madera roja sin ninguna cruz o versículo bíblico. Fui saliendo y afuera había un parque infantil. Hacía sol y calor veraniego. De repente veo al sobrino mío que venía con mi hija discutiendo con su padre, un hermano mío que llevaba mucho tiempo viviendo fuera. La discusión era por una cuestión de una paga que el muchacho recibía de su padre y esa paga estaba relacionada con el porcentaje de gasolina que el padre (mi hermano) echaba en el coche. A tantos litros tanta paga en función de no sé qué porcentaje por litro. Así que mi sobrino recibía esa paga en función de litros de gasolina que iba consumiendo el coche de su padre y discutían por esa cuestión, pues a mi sobrino le parecía injusto. Yo dije que sí era justo y luego todo se fue difuminando en una luz que provenía de la ventana de mi habitación. ¿Despertaba? ¿Cambiaba de sueño? ¿Había sido un sueño? No lo sé. Medito sobre ello mientras camino por el muelle de la isla que desconocía existiera tan relativamente cerca de mi ciudad. La mar está ahora tranquila. Alguien me espera para subir a la barca fuera de borda y volver a la ciudad. Pero también al mismo tiempo por la ventana veo una montaña y el día es lluvioso y frío.

jueves, 2 de diciembre de 2010

CUENTO DE NAVIDAD

Era Navidad y yo quería celebrar la Navidad como Dios manda. Yo quería mi árbol de Navidad, mi Nacimiento, mis arcos de luces en las calles; una ciudad radiante de decoraciones navideñas, con escaparates navideños llenos de cintas de colores, de bolas también multicolores, de olor a turrón, de gente alegre que sabe que vive días especiales y que llega a casa y hay una casa y una familia y unos chiquillos con ganas de cantar villancicos con pandereta y zambomba y escuchar historias, cuentos y leyendas de paisajes nevados; de países legendarios; del nacimiento de un Jesús nostálgico, mítico, bajado de las estrellas, visitado por magos de verdad, con estrella fugaz que hace brillar el cielo. Un pesebre en medio de un paisaje gélido de noche nevada, con pastores que se meten en el pesebre hasta donde pueden y se arriman al fuego. Pastores que llegan de muy lejos, gente humilde que viene de las lejanías que brillan en la imaginación. Una Virgen, un San José bendito, los burros y las vacas.

Así que fui a buscar a mi familia y amigos para celebrarlo. Fui andando torpemente por la ciudad fría, helada, nevada y no veía a nadie. Me di cuenta que ya era muy viejo y que los viejos apenas tienen amigos. Y me di cuenta que mi familia ya no era familia, pues todos estaban divorciados y recasados para luego volver a divorciarse y otros eran solteros desarraigados sin más compromiso que sus inflados egos. Los hijos eran hijos de unos y de otros y de diferentes contratos en litigio. Seguí caminando tratando de buscar un hogar, una familia, unos amigos de verdad, de esos que te aprecian por muchas cosas buenas o malas que nos pasen y siguen ahí siendo amigos para siempre.

Pero la ciudad estaba vacía. No había luces, ni había nacimientos públicos, ni árboles de Navidad porque eran cosas de otros tiempos, decían los que mandaban. Decidí entonces refugiarme en una casa antigua de la zona vieja de la ciudad y encendí un fuego con periódicos viejos y madera podrida. Me senté sobre el cemento frío y abrí un bote de atún que llevaba en el bolso. Me volví a dar cuenta de lo viejo que era, que andaba mal, que perdía la memoria con frecuencia y que a veces me perdía por las calles. Pero hoy era mi noche. Hoy había logrado escapar de la residencia de ancianos y ahora era libre. Era mi Navidad libre. Libre con mis recuerdos, libre de asistencia y asistentes, libre de compasiones artificiales; libre de gente que te ven como un trasto averiado.

Era mi Navidad. Con mi hoguera y con mis recuerdos y mi lata de atún.