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viernes, 8 de octubre de 2010

MI PROYECCIÓN DE ISRAEL

Tenía que proyectar las diapositivas sobre Israel a las 8 PM en una especie de cancha de baloncesto o algo por el estilo. No sé por qué se les había ocurrido hacer la proyección en una cancha de baloncesto al aire libre en un barrio periférico de la ciudad, pero así eran las cosas culturales en este país; cada vez había más y más gente que demandaban actividades culturales de cualquier tipo y entonces llenaban antiguos estadios de fútbol, antiguos cines, pabellones de deportes, iglesias; y, hasta canchas de baloncesto. Ayer mismo había habido una conferencia sobre la epistemología desde Platón hasta Kant y el estadio de fútbol del Margtrats C.F. de 40,000 asientos estaba lleno hasta la bandera.

El caso es que mi proyección sobre Israel estaba programada para esa hora y entonces tenía que coger un autobús para llegar a ese barrio periférico poblado por minorías de otros continentes que demandaban cultura clásica y universal sin cuartel, ya que, según ellos, tenían derecho a la cultura universal como cualquier ciudadano del país y si no demandarían al Estado por discriminación brutal y antipática. Entonces, mi proyección de diapositivas sobre Israel se haría en una cancha abierta de baloncesto de un colegio público y se calculaba que la asistencia sería masiva. El autobús que me llevaba a dicho barrio lo conducía una señora tetrapléjica de raza negra que solo podía mover la cabeza, pero por razones antidiscriminatorias el autobús llevaba un mecanismo robótico electromecánico especial de adaptación a la boca y nariz de la señora y el autobús era conducido de forma magistral.

Llegué al barrio con mi lápiz de diapositivas y fui derecho a la cancha. Me llamaba la atención el barrio, pues la gente era de todas partes del mundo y se hablaban muchos idiomas diferentes. También las vestimentas eran muy variadas. Todos ellos iban leyendo libros digitalizados por la calle y así por el rabillo del ojo veía que leían a Shakespeare o a Hegel o a Adam Smith, pasando por los teóricos de la política y el arte del mundo. Las calles estaban superlímpias y la gente me saludaba con respeto. Muchos muchachos se dedicaban a esculpir estatuas de arte onírico, otros pintaban cuadros surrealistas en la calle; y, otros tocaban música clásica en un jardín. Los edificios estaban cuidados con esmero y muchos niños jugaban sin peligro alguno en parques infantiles escrupulosamente seguros. Yo estaba muy contento.

Llegué a la hora y puse mi lápiz en el ordenador-proyector. Quedaban 10 minutos para las 8 PM. Todo estaba listo y la pantalla se veía a lo lejos, quizás algo más lejos de lo deseable. Probé el micrófono y sonaba. Todo prometía y aquella sería una proyección sobre Israel envidiable. Mostraría la vida y paisaje de Israel a todo el mundo y eso me ponía todavía más contento. La gente llegaba sin parar y toda la cancha se iba llenando de tal manera que la gente a mi alrededor parecía estar comiéndome el sitio. Sí, efectivamente, ya me empezaba a sentir incómodo con los codos de alguien sobre las teclas del ordenador y el lápiz algo torcido. Pronto me sentí casi totalmente cubierto por gente que no me dejaban percibir la pantalla allá a lo lejos y ahora parecía que estaba todavía más lejos, tan lejos que no podía verla. Era la hora y alguien me dijo que ya podía empezar, pero yo no veía nada porque delante de mí todos estaban de pie y no podía saber si estaba proyectando o no. Traté de encaramarme a una banqueta y hacer lo posible por empezar, pero nada de nada, no veía un pimiento y la gente ya demandaba la proyección con cierta inquietud. Traté de ver si había algún responsable que me echara una mano, pero no había nadie que se identificara como tal y la gente a mi lado ni tan siquiera sabía que yo era el conferenciante-presentador de las diapositivas sobre Israel.

Entonces se me ocurrió levantarme e ir a otro sitio, quizás a un lateral y así colocar el cañón de alguna manera que pudiera apuntar a la pantalla de alguna manera. Lo estaba pasando francamente mal. Sudaba en frío. Así que cogí el ordenador portátil y el cañón de mala manera y todo embrollado con los cables colgando, y logré encontrar un pequeño hueco lateral por donde podía por fin proyectar. Pero a la hora de hablar y presentar la proyección la megafonía no funcionaba y la imagen se difuminaba en una pared lejana en lugar de una pantalla y la gente estaba algo alborotada porque evidentemente querían su proyección sobre Israel y aquello no tomaba forma alguna de nada. Me di cuenta entonces que donde debía estar la pantalla había un escenario con luces de colores y todo. Pensé que quizás la pantalla habría de estar en el fondo del escenario y persistí en proyectar aquellas desdichadas diapositivas, pero nada de nada. Yo de nuevo me veía ahogado por la gente que era mucho más alta que yo y que demandaban a gritos su proyección de diapositivas. Como tardaba en producirse, entonces alguien, la dirección; alguien que se había olvidado de mí; pues habían echado a andar un espectáculo de coreografía griega. Una megafonía bien sonora y clara como la luna llena en un día sin nubes comenzó a anunciar que en vista del retraso que se estaba produciendo con la proyección sobre Israel, se escenificaría aquella coreografía griega.

Yo ya no sabía qué hacer. Tenía todos los cables enredados y el micrófono colgando como un péndulo mientras que el lápiz ya ni sabía donde estaba. Sudaba en frío y solo quería irme, escapar, correr. Así que poco a poco, fui saliendo, empujando a la gente; apartando bultos humanos y pronto me vi libre de aquella pesadilla. Cuando llegué al autobús de la señora tetrapléjica esta comenzó a mover la boca de mil endiabladas maneras y aquel dispositivo robótico-electrónico puso el autobús a una satisfactoria velocidad de escape que me finalmente me hizo volver a mi triste barrio. Mi proyección sobre Israel quedaba pendiente para otra más afortunada ocasión.

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